Page 616 - El Misterio de Belicena Villca
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Los , oficiales y tropa, alzaron sus fusiles pero aguardaron que su
Standartenführer confirmara la orden: Schaeffer era oficial de la Abwer y no
tenía mando directo sobre la Schutz Staffel. Esa indecisión evitó un
enfrentamiento armado de imprevisibles consecuencias.
–¡Son alemanes, hombres de la ! –trató de explicar Von Krupp, que
estaba atónito frente a la alucinante actitud de Ernst Schaeffer.
Pero éste ya había extraído su Luger y me apuntaba, con la manifiesta
intención de eliminarme del mundo de los vivos.
No alcanzó a disparar. En veloz movimiento, dos de los de su
expedición se abalanzaron sobre él y lo tomaron de rehén: uno le arrebató la
pistola y lo sujetó, mientras el otro apoyaba una daga sobre su garganta. ¡Eran
los dos espías del S.D.!
–¡Al primero que se mueva, degollamos a este hombre! –amenazó uno de
ellos–. ¡Acérquese, mi Standartenführer, y desarme a esos cuatro! –agregó,
señalando a los secuaces de Schaeffer.
Von Grossen no se hizo esperar y gritó varias órdenes. Ante la sorpresa
general, Hans y Kloster emergieron de entre las rocas y rápidamente despojaron
de sus armas a los cuatro, que no opusieron resistencia. Seis figuras, vestidas
con túnicas color azafrán y con el rostro y las manos cubiertas de ceniza,
intentaron huir a la carrera en dirección a la salida Oeste de la cañada, pero
cayeron a los pocos pasos acribillados a flechazos: eran el Skushok del Ashram
Jafran y sus lamas. Aquello colmó la medida. Von Krupp bramó a su vez una
orden y todos sus hombres hicieron cuerpo a tierra; y poco faltó para que se
llegase nuevamente al enfrentamiento.
La escuadra de Von Krupp nos duplicaba en número. Sin embargo primó
el sentido común y el Standartenführer interrogó a Von Grossen airadamente:
–¿Qué es esto, Von Grossen? Se presenta aquí, nos trata como si
fuésemos enemigos, y mata a los guías tibetanos, que contaban con nuestra
protección. ¡Me imagino que tendrá un buen justificativo para este atropello!
–No tenemos nada contra Ud. sino contra ese hato de traidores –vociferó
Von Grossen–. Y si le parece suficiente justificación, acá están nuestras órdenes,
aprobadas por el Führer.
Le alargó un sobre lacrado que rezaba: “Altwestenoperation”. Reinhart
Von Krupp lo rasgó y extrajo el escrito. Era un decreto de breve texto. Movió la
cabeza afirmativamente y le comentó a Schaeffer:
–¡Han venido de Alemania a hacerse cargo de la expedición! Desde este
momento la seguridad y logística están a cargo del Standartenführer Karl Von
Grossen.
El rostro de Schaeffer lucía más blanco que la nieve de los Altyn Tagh.
Von Krupp dijo en tono suficientemente alto como para que todos le oyesen:
–Por mi parte está bien. Acepto las órdenes y me pongo bajo su mando.
Pero tendrá que explicarme qué significa su acusación de traición. Y cómo es que
Oskar Feil se encuentra con ustedes.
El aflojó la presión del cuchillo. Los hombres de Von Krupp se pararon y
bajaron los fusiles, en tanto Heinz y los ocho monjes kâulikas se aproximaban,
estos últimos con las flechas aún montadas en sus arcos.
–¡Traición! –gritó el traidor, fuera de sí–. ¡Traición! ¡Malditos asesinos, no
saben el daño que han causado a Alemania y a la Humanidad! ¡Ahahahah...!
¡Von Sübermann, hijo del Demonio, sabía que se proponía impedir nuestra
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