Page 619 - El Misterio de Belicena Villca
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insoportable. Creo que los tres nos tapamos los oídos con las manos, para
comprobar desesperados que nada lograba detener la penetración sonora. Con
la cabeza entre las manos, y el cerebro taladrado por la onda asesina, caí de
rodillas completamente aturdido.
Sentí que iba a perder el sentido y, en un esfuerzo supremo de voluntad,
miré a mi alrededor. Vi a Von Grossen, aún de pie, convulsionarse y gritar, en
tanto que a escasos centímetros mío yacía el cuerpo inerte de Reinhart Von
Krupp. Automáticamente puse la mano en su cuello, buscando el pulso, pero
comprendí que había dejado de existir. Mi mente se nublaba; un intenso mareo
me causaba la sensación de que todo giraba a mi alrededor; la náusea, iniciada
en el estómago, me estremeció en una violenta arcada; y una angustia creciente
en el corazón, que ya era una declarada taquicardia, me produjo la impresión de
que aquel órgano quería saltar y huir de mi pecho. En fin, víctima de un ataque
psicofísico, para el que no conocía defensa alguna, me desmayaba sin remedio.
Risa de los Demonios, Música de los Infiernos, Armonía del Dios Creador del
Universo, frente a esa fuerza desintegradora del Alma ¿qué quedaba del Héroe,
del líder carismático, del Iniciado que horas antes conducía su legión dispuesto a
luchar contra enemigos de la Tierra o el Cielo? Muy poco, neffe, muy poco.
Apenas una chispa de voluntad.
De improviso fui acometido por un recio temblor y tardé en tomar
conciencia de que Bangi me había agarrado por los hombros y me sacudía con
firmeza. Entre brumas, lo reconocí ante mí gritando a voz de cuello; los ocho
lopas estaban también allí: dos arrastraban a Oskar Feil; otros dos sostenían a
Von Grossen; uno corría con los perros daivas, que estaban atados en un
extremo del campamento; y los restantes trazaban febrilmente círculos y signos
en el suelo con sus cimitarras, al tiempo que entonaban mantrams y adoptaban
mudras guerreros. La bola de luz se encontraba ya sobre nosotros y el zumbido
de las abejas alcanzó su máxima intensidad. Sea por el zamarreo de Bangi, o por
el efecto de los yantras de los lopas, lo cierto es que recuperé en parte la lucidez;
lo suficiente para comprender las dramáticas palabras del gurka.
–¡Shivatulku! ¡Shivatulku! –llamaba impacientemente, sin dejar de
zarandearme, acto que culminó con dos impetuosas bofetadas. Con un
movimiento de cabeza le hice entender que lo escuchaba.
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–¡Oh Pawo : sacadnos de aquí! ¡Pronto o el Vîmâna de Shambalá nos
destruirá!
–¿C... cómo? ¿Cómo haré, si no puedo tenerme en pie? –balbuceé
desalentado.
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–¡Los perros daivas. Oh Dubtob ! ¡Ordenad a los perros daivas que os
conduzcan volando a un destino fuera de aquí! ¿Me comprendéis?
Asentí, a pesar de que no comprendía totalmente la solicitud del gurka.
–¿Qué debo hacer para que los perros daivas vuelen ? –me interrogué
absurdamente a mí mismo, pero en voz lo suficientemente alta como para que
Srivirya respondiese. El lopa, evidentemente estaba atento a mis reacciones.
–¡Nombradlos como si fuesen idénticos a Kyungta, el ave Gáruda que
transporta a los Dioses; o como Lungta, el caballo Pegaso que cumple igual
función! ¡Decidles Svadi-lung; Kula y Akula Svadi-lung; y ellos volarán !
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Pawo: Héroe en tibetano.
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Dubtob: Mago.
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