Page 624 - El Misterio de Belicena Villca
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quiénes más, sabían que determinados enemigos reaccionarían con extrema
                 violencia al descubrir a Von Sübermann: enemigos que son quizás seres
                 extraterrestres, poseedores de armas terribles, incomparables a ningún arsenal
                 terrestre. Si sabían lo que podría suceder ¿por qué permitieron que el enemigo
                 nos encerrara en una trampa mortal? Esta es una pregunta para la que carezco
                 de respuesta. Intuyo que deseaban comprobar concretamente la eficacia de Von
                 Sübermann para causar las reacciones de los “Demonios” de Chang Shambalá y
                 que tal vez subestimaron al enemigo: quizás pensaron que la Fraternidad Blanca
                 cerraría las malditas puertas de sus guaridas, y desecharon la posibilidad de que
                 los Demonios tratasen de matarnos a todos. Sea de ello lo que fuere, Yo estoy
                 persuadido que Von Sübermann jamás nos revelará el secreto que enardece a
                 los Demonios. En resumen, doy por concluida en este momento la Operación
                 Clave Primera; la evaluación de sus  resultados la hará en Alemania el
                 correspondiente Estado Mayor. Y, como              Standartenführer a cargo de la
                 ejecución de la Operación Clave Primera, dispongo que se emprenda el
                 inmediato regreso a Alemania. ¿Están de acuerdo, Kameraden, con el Cuadro de
                 Situación y las conclusiones?
                        ¿Qué otra cosa podíamos hacer  Oskar Feil y Yo, mas que aceptar
                 incondicionalmente las decisiones de Von Grossen? Los monjes tibetanos, por su
                 parte, nunca discutían las órdenes y, una vez más, se disponían a apoyar
                 nuestros planes.
                        Partiríamos al amanecer. En tanto, formamos un círculo alrededor del
                 fuego y nos abrazamos para transferirnos calor, postura que adoptó también el
                 dogo Vruna. A pesar del frío reinante a  la madrugada, todos logramos dormir,
                 debido al gran cansancio psíquico que acumuláramos durante los últimos días.
                 No teníamos ni una manta o capa, tan sólo lo puesto, y por eso nos apretábamos
                 los unos con los otros para evitar la  congelación, aunque era evidente que en
                 aquel sitio no hacía tanto frío como en las cumbres de los montes Kuen Lun. Y en
                 cuanto a las armas, sólo conservábamos las dagas y las Luger de Karl, Oskar y
                 Yo, y las dos metralletas Schmeisser que llevábamos cruzadas en la espalda:
                 para esta temible arma, contábamos solamente con dos cargadores cada uno,
                 igual que para las Luger. Insuficiente para transitar por un país en guerra civil,
                 pero siempre mejor que nada.
                        Todos los kâulikas, por el contrario, tenían sus puñales, cimitarras, y
                 carcajes con las cincuenta flechas. Por lo demás, ni comida, ni agua, ni
                 pertrechos de ninguna clase, salvo lo que llevábamos encima en el momento de
                 huír de la nefasta cañada. Eran pocas cosas, muy pocas si hubiésemos estado
                 mucho más perdidos en el Tíbet; resultaron suficientes para llegar a Sining-Fu.

                        Ateridos de frío, desde el amanecer marchamos paralelamente al río
                 Sining-Ho. Von Grossen nos sorprendió a  todos al extraer del interior de su
                 chaqueta el portacartas de lona y desplegar un mapa de la región Oeste de la
                 China. Y de sus bolsillos, cual inagotables cajas  de Pandora, surgieron la
                 inseparable brújula, una regla escalimétrica  plegable, y un compás; elementos
                 inútiles, salvo la brújula y el mapa.
                        Antes de partir, hice un túmulo de piedras y sepulté al infortunado perro
                 daiva. No tenía por costumbre orar, pero en esa ocasión me concentré unos
                 minutos y elevé mi Yo a la esfera de los Dioses, empleando el Scrotra Krâm para
                 conseguir que Ellos me escuchasen: entonces me dirigí a Wothan, a él

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