Page 627 - El Misterio de Belicena Villca
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aristocráticas o nobles, tradicionalistas, religiosas y mafiosas. Sin embargo,
Sining-Fu era entonces “plaza libre”, es decir, que no había caído bajo el control
de los japoneses. Ante un ataque exterior, paradójicamente, cada tropa se
ocuparía de defender su parte de la muralla y se olvidarían todas las diferencias
para hacer frente al enemigo común.
La comunidad kâulika de Sining-Fu era realmente importante. Lo
comprobamos al ingresar al barrio “de los caras pálidas”, llamado así por el color
de la tez de sus vecinos, y admirar el enorme Santuario de Shiva que aquellos
poseían. Se ofrecieron a proveernos de todo lo necesario para iniciar una nueva
expedición al Tíbet: especialmente los entusiasmaba la idea de que
emprendiésemos la aniquilación de otros Gompas como el de los duskhas.
Quedaron desencantados cuando les explicamos que debíamos regresar a
Alemania.
–Si nuestra Raza llega algún día a dominar el Mundo, y se mantiene fiel a
la Sabiduría Hiperbórea de la , no habrá lugar sobre la Tierra para los
adoradores y siervos de las Potencias de la Materia: la Eterna los destruirá
sin misericordia y ustedes, heroicos kâulikas, estarán junto a nosotros, luciendo,
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quizás, la insignia Totenkopf –les aseguré, sin sospechar que esto último se
haría realidad antes de lo que Yo pensaba.
En vista de nuestra irrevocable decisión, los kâulikas accedieron a apoyar
el viaje al Este. Brevemente, nos expusieron la situación. Las dos fuerzas
militares más poderosas de China eran los “nacionalistas” de Chiang Kai-Shek y
los comunistas de Mao Tse-Tung. Antes de 1937 los dos ejércitos luchaban
encarnizadamente, pero ahora enfrentaban juntos al enemigo nipón. Como es
natural, para cualquiera que comprenda la estructura política de la Sinarquía, a
los comunistas de Mao los abastecía la Unión Soviética y a los “nacionalistas” de
Chiang los socorría Inglaterra y Estados Unidos, vale decir, el imperialismo
anglosajón. Y fraternalmente unida, como lo estaban en la Sinarquía sus socios
extranjeros, la derecha y la izquierda se aliaban contra el “fascismo” japonés: en
escala reducida, estaba ocurriendo en la guerra China lo que sucedería
cuatro años después en la Segunda Guerra Mundial.
Había una sola diferencia, que para el caso no revestía importancia pues
el hombre despierto se guía por hechos y no por nombres: era el calificativo de
“nacionalistas” que adoptaban para definirse a sí mismos los miembros del
partido de Chiang Kai-Shek. Curiosamente, aquellos “nacionalistas” no estaban
apoyados por nosotros, los nacionalsocialistas, sino por el liberalismo a ultranza
de los anglosajones. Y ello se explica fácilmente porque eso es lo que eran
Chiang y sus partidarios: exponentes de la más reaccionaria derecha liberal de
China, vale decir, la más cipaya. En esto de ser cipayo, partidario de las
potencias colonialistas en perjuicio de su propio pueblo, hay que admitir que
Chiang Kai-Shek fue casi tan grande como el Mahatma Gandhi, ese agente del
Servicio Secreto inglés que entregó la India a la explotación de los amos del
commonwealth impidiendo que allí se concretase una verdadera revolución
nacionalista, o sea, nacionalsocialista.
Por eso, llamar “nacionalista” a Chiang sería un chiste, una broma de mal
gusto, si no fuese porque el papel que le hicieron representar sus jefes de la
Sinarquía causó finalmente la caída de la milenaria Cultura china en la mezquina
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Totenkopf: insignia de la calavera.
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