Page 625 - El Misterio de Belicena Villca
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personalmente, y le solicité un vaso de Hidromiel por la hazaña de Heinz, Hans, y
                 Kloster. ¡Sí, le dije a los Dioses: esta vez Ellos deberían brindar por esos tres
                 guerreros de la Alemania Eterna, recibirlos como Héroes en el Valhala; y, de ser
                 posible, tendrían que hacerle lugar al perro daiva, al perro de Shiva que
                 transportaba a los guerreros volando como Vâyu, el Viento!



                        Originado en los sistemas más meridionales de Nan Chan, el Sining-Ho
                 desciende hacia el Sur y desagua en el Tatung-Ho, luego de pasar bajo el puente
                 de la Gran Muralla y bañar los muros de la ciudad de Sining: el Tatung-Ho, por su
                 parte, continúa hacia el S.E. y tributa sus aguas al Hoang Ho o Río Amarillo en la
                 confluencia de Lan Cheu. Alrededor del medio día, llegamos a una pequeña
                 aldea fortificada y rodeada de rudimentarios cultivos: ¡era Hwang-yugn, una de
                 las postas del camino Chang-Lam!
                        En la aldea había un Templo budista, varias posadas para peregrinos y
                 comerciantes, y un mercado libre de respetables dimensiones. El caballerizo
                 pertenecía al Círculo Kâula y a su establecimiento nos dirigimos con presteza. Allí
                 nos tranquilizamos, a la vez que tomamos la primer comida caliente en 24 horas.
                 Según su informe, los hombres del Príncipe de Kuku Noor nos buscaron durante
                 algunos días, y al cabo retornaron al Tíbet. Sería difícil que volviesen a menos
                 que alguien los convocase, cosa que no sucedería si obrábamos con prudencia y
                 no nos hacíamos ver. De todos modos,  el poder de los tibetanos sublevados
                 llegaba sólo hasta Hwang-yugn, poblado situado del lado Norte de la Gran
                 Muralla, en una región tradicionalmente disputada por mongoles y tibetanos.
                 Pocos kilómetros adelante, tras la Gran Muralla, estaba la provincia china de
                 Kansu y la ciudad de Sining, donde el poder del Círculo Kâula era considerable.
                        Claro que si en Sining-Fu no debíamos temer la persecución de los
                 tibetanos, en cambio tendríamos que evitar vernos envueltos en las continuas
                 revueltas de las enconadas facciones chinas. Por esta vez, la logística y la táctica
                 quedaron en manos de los kâulikas, mejores conocedores del terreno y
                 poseedores de una poderosa infraestructura de apoyo. Su plan, por lo demás, era
                 extremadamente simple: pernoctaríamos en la caballeriza, que se nos antojaba
                 un palacio luego de la noche anterior,  y a la mañana el chino y su hijo nos
                 llevarían hasta Sining-Ho ocultos en dos carretas de cuatro bueyes cada una.

                        Los monjes kâulikas nos hicieron saber que planeaban regresar al Tíbet
                 después que nosotros estuviéramos fuera de peligro rumbo a Shanghai. No
                 volverían directamente a Bután pues tratarían de hallar a sus dos compañeros,
                 que habían quedado con los holitas en el Umbral del Valle de los Demonios
                 Inmortales. Aunque no disponían de perros daivas, conocían mucho sobre la
                 magia de los Kilkor y sabían positivamente que el Valle perdido se encontraba en
                 el Oeste, en tierras de la Reina Madre Kuan Yin: sea por el Este, como hicimos
                 nosotros, sea por el Oeste, ellos hallarían la manera de entrar y rescatar a sus
                 Camaradas o, quizás, vengarlos. Luego, si regresaban, se retirarían al
                 Monasterio de Bután, o a algún otro perteneciente al Círculo Kâula, para meditar
                 sobre todo lo ocurrido en aquella aventura. Combatieron codo a codo junto al
                 Shivatulku, fueron guiados al Valle de los Inmortales por los perros daivas, y
                 participaron de su vuelo lung-svipa: eran ciertamente afortunados, los Dioses les
                 habían sonreído, y sólo les quedaba retirarse a meditar y agradecer.

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