Page 628 - El Misterio de Belicena Villca
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y estrecha Doctrina marxista-leninista. No; Chiang no era nacionalista sino lisa y
                 llanamente un cipayo. Y el que dude de  ello que observe lo que él hizo con
                 Formosa, la moderna Taiwan, donde no existen las corporaciones populares y los
                 códigos éticos que caracterizan al nacionalismo sino la rapaz acción de las
                 compañías multinacionales y la Banca mundial, y la ilimitada explotación del
                 pueblo chino, completamente marginado de  decidir el Destino de su “Nación”
                 puesto que éste ya ha sido determinado por la Sinarquía.
                        Si un pueblo desea ser imperialista,  la Historia le ofrece dos modelos
                 clásicos, que no por menos comprendidos por los observadores son menos
                 utilizados en todos los tiempos. Uno es el modelo grecorromano, heredado del
                 antiquísimo concepto de “Imperio Universal” de los indoiranios: este modelo, y
                 Roma nos dio uno de los últimos ejemplos, sólo exige que los restantes pueblos
                 sean sometidos militarmente, no culturalmente; así, los pueblos de distinta
                 idiosincracia podían integrarse al Imperio romano conservando su Cultura, lengua
                 y costumbres, y, si eran lo suficientemente aguerridos para resistir con orgullo la
                 pax romana, podían obtener concesiones extraordinarias, como la ciudadanía de
                 los galos y españoles, y el control del ejército, y del Imperio todo, lograda por los
                 germanos; ello fue posible porque en ese modelo de Imperio el valor se asentaba
                 paradójicamente en el valor, real, de los pueblos: era más valioso el más valiente;
                 este principio tenía carácter indudable y nadie temía el ascenso imperial de un
                 pueblo valiente pues era obvio que tal pueblo resultaba valioso para el Imperio.
                        Es decir, en ese primer modelo no sería necesario practicar el
                 adoctrinamiento cultural de los vencidos, emplear el lavado de cerebros,
                 destruirlos moralmente, corromperlos, mantenerlos en la barbarie o regresarlos al
                 salvajismo:  eso no le convenía a nadie, iba contra la esencia jurídica del
                 Imperio Universal Ario, vale decir, iba contra el Honor. Y aquí está el meollo
                 de la cuestión: el soporte ético del principio anterior, y de cuantos constituyen el
                 Imperio Universal, es el Principio de los principios, el Principio Supremo que es
                 piedra fundamental de la estructura jurídicosocial del Estado nacional:  el
                 Principio del Honor. La justicia con  que el Imperio tratará a un pueblo
                 conquistado o aliado, de la que dependerá su existencia y desarrollo, sólo
                 requerirá la garantía del Honor. Por ejemplo, Alejandro, imperialista con Honor,
                 no necesitó desmembrar Egipto, ni imponer la lengua griega a los egipcios, ni
                 aniquilarlos, ni someterlos a esclavitud, ni destruir sus pirámides, para aceptarlos
                 sin prejuicios como federados del Imperio macedónico. Y los romanos, salvando
                 las distancias, cuando al fin someten a los galos, que se habían resistido
                 sangrientamente durante siglos, procedieron de igual forma honorable: y a tal
                 extremo les abrieron las puertas del Imperio que en poco tiempo ya no se habló
                 más de galos sino de galorromanos.
                        El otro Modelo de Imperio es el cartaginés, típicamente no ario, heredado
                 por los fenicios de sus antepasados semitas de Asiria, Babilonia y Sumer.
                 Conviene comprender este concepto porque al modelo cartaginés han adherido
                 los ingleses y los norteamericanos, pueblos completamente judaizados por la
                 sistemática e incansable labor de la Fraternidad Blanca.
                        De los cartagineses ya habló Belicena Villca en su carta: pueblo de
                 mercaderes carentes de principios éticos; sólo hábiles para el comercio y la
                 piratería, famosos por los sacrificios humanos que ofrecían a su Idolo de Hierro
                 Incandescente. ¡Cartagineses, ingleses,  yanquis: como sus predecesores del
                 imperio asiriobabilónico, pensarían que los restantes pueblos de la Tierra son un

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