Page 36 - Mitos de los 6 millones
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hacer que fueran aceptando, sin control ni verificación de ningún género, los relatos de
                        atrocidades nazis contra los judíos, mandados desde Ginebra por los dos representantes del
                        Congreso Mundial Judío, Paul Guggenheim y Gerhard Riegner. Uno de los relatos
                        transmitidos desde el Consulado norteamericano en Ginebra afirmaba que «un industrial
                        alemán» había informado aGuggenheim sobre una conferencia mantenida en el Gran
                        Cuartel General del Führer en la que se decidió exterminar a todos los judíos pro-soviéticos
                        en manos de los alemanes. Los judíos debían ser confinados en algún lugar del Este de
                        Europa y gaseados con ácido prúsico. Esta información fué enviada a Washington y a
                        Londres por conducto diplomático. El «industrial aleman», cuyo celo en conservar el
                        anonimato se comprende en aquel tiempo, ha continuado recluido en el mismo anonimato
                        hasta hoy, en que tan provechosa podría resultarle la publicidad de su confidencia a
                        Guggenheim. Cuando el mensaje fué recibido en el Departamento de Estado fue
                        debidamente evaluado y se decidió que:

                                       «... la publicación de ésta noticia no parece aconsejable en vista de la naturaleza
                                                                             1
                                 fantástica de las alegaciones y de la imposibilidad de su comprobración».
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                        Inmediatamente, el rabino Stephen Wise (a) Weisz, del Congreso Judeo-Americano,
                        presentó una enérgica protesta ante el Departamento de Estado por la supresión de la
                        noticia. Pero unas semanas después dos personas desconocidas, y que «preferían guardar su
                        anonimato», se presentaron en el Consulado Americano en Ginebra asegurando ser unos
                        judíos que habían logrado huir de unos (sin mencionarlos) campos de exterminio.
                        Aséguraron que los alemanes mataban a los judíos para utilizar sus cadáveres como
                        fertilizantes. De nuevo se informó a Washington por vía, diplomática y entonces el
                        Gobierno de los Estados Unidos, oficialmente, requirió a la Santa Sede que tratara de
                        confirmar esta noticia, así como la anterior, causante de la protesta del rabino Wise.
                        Finalmente, el 10 de Octubre de 1943 el Vaticano. oficialmente, informó al Gobierno de
                        los Estados Unidos, a través de Myron Taylor, que asumía las funciones de Embajador sin
                        Embajada en la Santa Sede, que le era imposible confirmar los informes de severas medidas
                        contra los judíos en el territorio controlado por los alemanes. Casi simultáneamente.
                        Reigner presentó triunfalmente dos nuevos documentos. El primero, según él afirmó, había
                        sido redactado por un «oficialde elevada graduación», miembro del Alto Estado Mayor
                        Alemán y que, naturalmente, deséaba permanecer anónimo. Dicho oficial aseguraba en su
                        informe que habían, en el Este de Alemania, al menos de factorías para el aprovechamiento
                        de los cadáveres judíos, de los que los lamenanes obtenían jabón, grasas y lubricantes, y
                        que se había calculado, por los contables de la Gestapo (!?) que cada cadáver judío valía, en
                        promedio, 50 Reichsmarks. El segundo documento consistia en dos carta cifradas encritas
                        por un judío suizo residente en Varsovia, en las cuales afirmaba que todos los judíos de la
                        capital polaca habían sido exterminados mediante fusilamientos en masa. Esto se afirmó
                        muy seriamente, en septiembre de 1943, es decir, más de un año antes de que los judíos del
                        ghetto de Varsovia se sublevaran con las armas en la mano y fueran vencidos por las
                        unidades alemanas enviadas en su represión.
                              Queremos hacer notar la sorprendente semejanza de las acusaciones en cuestión con
                        las formuladas contra Alemania en el transcurso de la I Guerra Mundial: aprovecharniénto
                        de cadáveres para hacer jabón y fertilizantes. Una falta de imaginación y creatividad
                        realmente asombrosa. Sólo el fiscal soviético hizo suyas las acusaciones de las «fábricas de
                        jabón» en el Proceso de Nuremberg – del que más adelante hablaremos – mientras que uno
                        de los pione ros de la literatura concentracionaria, Raul Hilberg, afirmó que tales «fábricas»
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                        nunca existieron en realidad.
                        1   A. R. Butz: «The Hoax of the Twentieh Century», pag. 60.
                        2   Raul Hilberg: «The Destruction of European Jews», p. 246.

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