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162         Antoni  Gonzalo  Carbó        |        El Azufre  Rojo  VIII  (2020), 153-199.        |        ISSN: 2341-1368





                           de ti y entraremos en tu tumba con este aspecto”. Todo mi temor se
                           desvaneció.»

               El místico es degollado por la propia mano de Dios: imagen extática y visionaria vertida por
               medio del lenguaje del exceso. De Ḥallāǧ a Mallarmé, pasando por Rūzbihān, ‘Aṭṭār, Rūmī,
               Ḥāf ẓ, la decapitación o la degollación son un símbolo extremo del radical desapago místico
               de sí y la liturgia de anonadamiento.

               La voz de ultratumba también está presente en la experiencia visionaria de Rilke. Hay una
               fuerza oscura que le ha llevado a Toledo: la mano de una joven muerta, que dice llamarse «la
               Desconocida». Corren los meses del otoño de 1912. En el castillo de Duino, Rilke y la princ-
               esa Marie von Thurn und Taxis-Hohenlohe se entregan a experiencias de ocultismo. Actúa
               como médium el príncipe Pascha, hijo de Marie von Thurn und Taxis. El primer espíritu
               que se manif esta es Manfredo Hohenstaufen, pronto desplazado por una mujer muerta en la
               juventud que se da a sí misma el nombre de «la Desconocida». Rilke escribe en una pizarra
               las preguntas; el príncipe Pascha anota en otra las respuestas del espíritu. Rilke se reirá, años
               más tarde, de las sesiones de espiritismo en el castillo de Duino, y de sus escasas cualidades de
               médium (yo soy, por suerte, totalmente inutilizable para mediar, le dirá a Nora Purtscher-Wydenbruck
               en una larga carta del año 1924). Pero en su diálogo con «la Desconocida» en las noches del
               1 al 4 de octubre de 1912 le llenó de asombro. El diálogo, fragmentariamente reproducido,
               es el siguiente:


                   «Rilke: ¿Qué f ores te gustaban de las que hay aquí?
                   La Desconocida: Coronas de rosas, coronas de espinas.
                   Rilke: ¿Cómo he de llamarte?
                   La Desconocida: Sonrisas, lágrimas, f oración, frutos, muerte. Y más tarde, viaja a
                   lo alto de una montaña, desciende al valle, ve a las estrellas… Resonarás tú también,
                   como las olas, donde el acero se estrecha suavemente contra el ángel…»


                   En sesiones sucesivas, «la Desconocida» precisa su mensaje:

                   «– Tierra roja, lumbre, acero, cadenas, iglesias, cadenas ensangrentadas… Corre
                   delante, yo te seguiré… El puente, el puente con torres al principio y al f nal… ¿No
                   sientes al ángel?» 17


               La «tierra roja» de Rilke nos evoca el «desierto de arcilla roja» de El desvelamiento de los secretos
               de Rūzbihān, pues ambas imágenes tienen que ver con la experiencia de la muerte y la visión


               17 Cit. A. Pau Pedrón, Rilke en Toledo, Madrid: Trotta, 1997, pp. 23-4. Cf. M. Wiesenthal, Rainer Maria
               Rilke (El vidente y lo oculto), Barcelona: Acantilado, 2015, «Se aparece la Desconocida», pp. 562-70.
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