Page 103 - Santoro, Cesare El Nacionalsocialismo
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ejército significaba, sin embargo, una garantía para su propia existencia y protegía los
                  intereses de  la patria.  La historia nos enseña  que tristes  consecuencias  puede traer  la
                  participación del soldado en las luchas políticas internas para la existencia de un ejército
                  y para la nación misma. De aquí que Mussolini, el día de la marcha a roma, despidiera
                  desde el Hotel Savoya a los oficiales que se habían reunido en la calle para acatarlo. El
                  Ejército  alemán  era,  lo  que  en  el  quería  ver  su  fundador  General  von  Seeckt,  “las
                  abrazaderas de acero del Reich”. Gracias a que rechazó constantemente toda clase de
                  intereses  de  partido,  el  ejército  pudo  mantener  su  espíritu  militar,  y  ha  permanecido
                  como “símbolo, firme sostén y protector del Estado en un tiempo en que el pueblo, sin
                  poner en peligro su existencia, debía ser guiado para pasar a través de opresiones y de
                  humillaciones extranjeras y de miserias y de guerras fratricidas”. Así dicen las palabras
                  de Hindenburg en su testamento político.
                  Esto  hace  ver  que  no  fue  nada  fácil  para  Adolfo  Hitler,  como  Canciller  y  al  mismo
                  tiempo Jefe del Partido nacionalsocialista, modificar esta situación en un organismo que
                  se  puede  designar  como  un  “Estado  dentro  del  Estado”  y  eliminar  todas  las  malas
                  inteligencias  que  existían  entre  el  Ejército  y  el  Partido.  Aún  cuando  sus  fines  eran
                  idénticos:  conservar  el  legado  de  la  tradición  militar,  luchar  contra  las  cadenas  de
                  Versalles y la eliminación del régimen de Weimar.
                  Además,  el Ejército tenía que constituir  un elemento  básico  en  la reconstrucción  del
                  Estado  y  transformarse  pasando  de  un  ejército  profesional  a  uno  nacional.  Este
                  problema tan difícil y que tanto tacto requería fue resuelto por Adolfo Hitler.
                  Ya antes de llegar al poder, el futuro Canciller del Reich, en una conversación con un
                  oficial de alto rango, declaró que en la Alemania de la post-guerra solo hay dos grandes
                  cosas que hacer: la organización del movimiento nacionalsocialista y la reconstrucción
                  del Ejército. Hitler se esforzó con todo empeño en ganarse las simpatías de los círculos
                  militares, para lo cual tenía a su favor haber combatido valientemente en el frente de
                  guerra. Trató de asegurarse el apoyo del Ejército para la realización de su idea: hacerse
                  cargo del poder por caminos revolucionarios y sin embargo legales. Pocos días después
                  del advenimiento al poder, Adolfo Hitler expuso claramente sus fines políticos a todos
                  los  altos  jefes  del  Ejercito  y  de  la  Marina  y  les  afirmó  que  para  el  eran  motivo  de
                  especial atención  las  cuestiones  de  la defensa  nacional.  En septiembre  de 1933  pudo
                  declarar solemnemente: “Si en los días de la revolución no se hubiera puesto el Ejército
                  a  nuestro  lado  ahora  no  nos  encontraríamos  aquí”:  en  el  primer  aniversario  del
                  advenimiento al poder, enero de 1934, Hitler en su gran discurso ante el Reichtag hizo
                  la declaración siguiente: “Es un fenómeno histórico único el que entre las fuerzas de la
                  revolución  y  los  jefes  responsables de un  ejército,  disciplinado  en el  más  alto  grado,
                  haya una compenetración tan íntima y cordial al servicio del pueblo como la que existe
                  entre  el  Partido  nacionalsocialista  y  yo  como  su  jefe,  por  un  lado,  y  los  oficiales  y
                  soldados del Ejército y de la Marina, por el otro. El Ejército y sus jefes, con lealtad y
                  adhesión incondicional, se han puesto a las órdenes del nuevo Estado, facilitándonos así
                  ante la Historia el buen éxito de nuestra obra”.
                  Tan favorable resultado no debe sorprender; el Führer es soldado en lo más íntimo de su
                  corazón como von Blomberg, general y exministro de la Guerra, decía en un artículo de
                  fondo del “Völkischer Beobachter” -29 de junio de 1934-:
                  “En  íntima  comunión  con  el  pueblo  entero  está  el  Ejército  que  lleva  con  orgullo  la
                  insignia del renacimiento alemán en el casco de acero y en el uniforme; con disciplina y
                  lealtad sigue al Jefe del Estado, Mariscal de la gran guerra y presidente del Reich von
                  Hindenburg y al Führer del Reich Adolfo Hitler que ha salido de nuestras filas y será
                  siempre uno de los nuestros ”.





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