Page 102 - Santoro, Cesare El Nacionalsocialismo
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absurdo  afirmar  que  los  afiliados  en  el  extranjero  son  portadores  de  las  ideas
                  nacionalsocialistas  como  “agitadores  nazis”  o  “agentes  Gestapo”;  al  contrario,  les  es
                  prohibido  muy severamente inmiscuirse en  la política de los países de los cuales son
                  huéspedes.
                  Las  actividades  de  Bohle,  como  Jefe  de  la  AO  en  el  Ministerio  de  RR.EE.,  abarcan
                  todos los asuntos referentes a los alemanes en el extranjero. Bohle manifiesta con toda
                  claridad que el  ni se ocupa de ciudadanos extranjeros -sean  de origen  alemán  o  no-.
                  Tampoco,  ni  se exige  ni  se  espera  que  los  jefes  de  la organización  del  Partido  en  el
                  extranjero  que  no  pertenecen  al  cuerpo  diplomático  ni  al  consular,  obtengan  de  los
                  gobiernos  respectivos  privilegios  diplomáticos  o  de  cualquier  otra  clase.  Con  esto,
                  según  Bohle,  también  quedan  desmentidos  los  rumores  de  que  la  AO  intente  enviar
                  agregados de cultura al extranjero. Bohle terminó su discurso indicando que, desde que
                  existe una civilización, emigran al extranjero miembros de un pueblo para establecerse
                  entre  otros  extraños.  En  vez  de  mirar  con  recelo  a  estos  hombres  habría  que
                  considerarlos como los mejores intermediarios entre los pueblos, ya que son ellos los
                  más  apropiados  para  establecer  la  inteligencia  y  la  estimación  recíprocas  entre  ellos.
                  Quien conozca a Inglaterra debe admirar a este gran pueblo no sólo por su amplia visión
                  sino por las obras imponentes que ha realizado. ¿No ha de llegar un día acaso en que
                  estos dos grandes y orgullosos pueblos, tan afines en muchos aspectos, se den la mano?
                  Adolfo Hitler ha expresado a menudo este deseo y en el sector que corresponde a la AO
                  se hará cuanto esté al alcance de sus fuerzas para llevar adelante este propósito.







                  VII
                  El Ejército
                  Para  reorganizar  el  Ejército  se  requería  habilidad  política,  tacto  y  energía;  helo  allí,
                  como uno de los más brillantes éxitos de Adolfo Hitler.
                  El problema de la defensa nacional  hubo que considerarlo desde dos puntos de vista:
                  uno  de  la  política  interna  y  otro  de  política  externa.  Ambos  presentaban  serias
                  dificultades que se explican sin dificultad por el  estado militar de Alemania antes de
                  1933.
                  Alemania no contaba sino con el pequeño Ejército que le había impuesto el Dictado de
                  Versalles; se componía de 100.000 hombres y de algunos pocos buques de guerra; no
                  podía disponer de aeroplanos. Fuerzas armadas que, no obstante su admirable espíritu y
                  el elevado grado de instrucción militar que poseían, no estaban a la altura de su misión,
                  que era la de proteger al pueblo y a la nación. Manteniéndose fiel a las tradiciones del
                  antiguo  Ejército  tomó  en  el  Estado,  organizado  por  la  República  de  Weimar,  una
                  posición  especial,  independiente  del  mecanismo  parlamentario,  como  ejército
                  profesional  que  tenía  como  Jefe  supremo  al  Presidente  del  Reich,  Mariscal  von
                  Hindenburg,  por  todos  venerado.  Además,  era  instrumento  del  famoso  art.  48  de  la
                  Constitución de Weimar, artículo que prácticamente podía derogarla, como realmente
                  ocurrió en el verano de 1932 cuando el Gobierno prusiano-marxista fue destituido.
                  Debido  a  esta  posición  especial,  el  Ejército  pudo  conservar,  durante  aquellos  años
                  turbios,  una  independencia  que  lo  situaba  por  encima  de  los  partidos;  muchos
                  parlamentarios, por susodichas razones pacifistas, eran enemigos suyos. La actitud de



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