Page 106 - Egipto TOMO 2
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cerlo: y no se crea que con esto nos erigimos en preconizadores de la castidad de los
mahometanos, ni en defensores de la poligamia, que en último resultado constituye una de
las costumbres más perniciosas; pero seria cerrar los ojos á la luz empeñarse en no ver lo
que ello influye en el espíritu de familia y en la vida doméstica.
La tranquila felicidad que busca el cairota en su harem, felicidad que de ordinario
encuentra en él, la hemos descrito ya: nada tiene, pues, de extraño que aspire á poseerla en
cuanto se juzga con condiciones para ello, y que haga cuanto pueda para que su familia se la
proporcione. La elección de una esposa es, sin embargo, más difícil que entre nosotros, por lo
mismo que no existen las relaciones que en Europa se establecen entre los jóvenes de los dos
sexos. Desde luego el pretendiente no puede ver á su futura mientras no tiene más título
que el de novia, y de aquí que para sus
menesteres amorosos deba valerse de
una intermediaria, la khatbeh, tipo muy
conocido, al cual han dedicado su inspi-
ración la mayor parte de los poetas: ésta
se introduce en las familias que tienen
hijas casaderas, para lo cual nunca le
faltan pretextos, y cuando no otra cosa
aprovéchale para su menester la indus-
tria que ejerce, que no es otra que la de
vendedora de artículos de tocador. El
objeto de la visita penétranlo desde
luego las madres, que, en consecuencia,
se apresuran á exponer sus hijas á las
miradas investigadoras de la tercera, de
¡
la manera que á su juicio pueda produ-
cir más favorable impresión; y en cuanto
la khatbeh ha encontrado lo que á su
LA KHATBEH (CASAMENTERA)
entender hace al caso para los fines que
le están encomendados, comunica sin reserva el resultado de sus investigaciones al muchacho
que se desea establecer, lo mismo que á su familia. La madre, la hermana, ó alguna de las
más próximas parientas del candidato, procura convencerse por vista de ojos de la certeza de
lo manifestado, y en el supuesto de que sea satisfactorio el resultado obtenido, la tercera en
amores, revela sin ambajes el objeto de su visita, que ya se había adivinado, y pide formal-
mente para el arrogante doncel la mano de la bella Aisha, ó como se llame, la que ha de ser
señora de sus pensamientos. Los padres de ésta, después de breves reflexiones, dan su
consentimiento ; pues ya comprendieron desde el dia y hora en que se presentó á su casa la
zurcidora de voluntades de lo que se trataba, y la prueba de que no les pareció mal la
proposición fué que la escucharon atentamente. Por supuesto que para nada se han
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