Page 147 - Egipto TOMO 2
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148 EL CAIRO
un nuevo grupo. Durante las paradas los aguadores y vendedores de refrescos \ sorbetes
fanfarrones, que usan un calzado especial de cuero,
hacen su negocio, en tanto que atletas y
empéllanse en combates singulares que sirven de distracción á la ansiosa muchedumbre.
evoluciones con la mayor atención, cuando de
Estábamos contemplando sus juegos y
repente cesaron, y es que á todo andar veníanse aproximando, al ronco son de un pífano y
un tambor, numerosos derviches dispuestos en diferentes grupos según la secta á que perte-
necían, recitando el zikr, agitados, convulsos, inflamando á los circunstantes con sus gritos,
gestos y ademanes. El entusiasmo de la muchedumbre crece por momentos y es que
balanceándose sobre dos camellos que marchan uno en pos de otro, se aproxima la litera
del príncipe de la peregrinación, que es un empleado á quien está confiada la dirección
general del viaje. En pos de él sigue el conductor de los peregrinos, personaje de gran
experiencia, que en el desierto se pone á la cabeza de los expedicionarios para mostrarles
el camino, marchando después de él una verdadera tropa de oficiales, derviches, gentes
del pueblo y saltimbanquis encargados de divertir al pueblo. Como los camellos, los asnos y
los caballos van teñidos y paramentados y ostentan en sus aparejos verdes ramas en señal
de fiesta y regocijo.
Numerosas fuerzas de infantería y caballería, destinadas á proteger la parte más
importante de la procesión, desfilan á su vez, y sus elegantes uniformes, sus armas nuevas
y brillantes y sus magníficos arreos producen un golpe de vista encantador. Sígueles el jefe
de policía rodeado de cavas á caballo, después el conductor de los peregrinos, jinete en un
arrogante corcel riquísimamente paramentado, precediendo á sus tres escribanos y al imán de
las escuelas ortodoxas. Detrás de éstos, en filas interminables, con sus correspondientes
pendones y estandartes, marchan las diferentes órdenes de derviches, que se distinguen por el
color de sus turbantes, y después las corporaciones con sus emblemas y señeras. Al cortejo
hánse unido personas de todas clases y condiciones , de suerte , que la procesión lleva camino
de no acabar en todo el dia; mas los sones de las músicas que marchan al frente de cada
nuevo grupo sostienen vivo el interés que de otro modo cedería al cansancio. A pesar de
esto apodérase de nuestro espíritu la impaciencia, y acaso nos determinaríamos á abandonar
el excelente sitio que ocupamos, sin cierto rumor desusado que á nuestros oidos llega de
repente, que con nada más puede compararse que con el agitado oleaje cuando se estrella
contra las rocas de la escarpada costa. Prestamos á él atento oido, sentírnoslo crecer al paso
que el tiempo transcurre, y al fin comprendemos que lo producen no interrumpidos gritos que
en uno solo se confunden, y dicen: «el makhmal, el makhmal,» á los cuales se unen, pasados
breves instantes, otros idénticos escapados de los labios de cuantas personas nos rodean.
Millares de ojos dirigen sus miradas al extremo inferior de la calle, en cuyo punto,
balanceándose sobre el lomo de un camello, distínguese una amplia litera que avanza en
medio de la asordadora gritería de las gentes, la cual pasa ante nosotros materialmente
asediada por aquellos que pretenden tocarla con sus propias manos, seguros de alcanzar por
e~te medio bienandanza e dad, \ de numerosos pañuelos que bajan desde las ventanas
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