Page 161 - Egipto TOMO 2
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PARTIDA PARA EL EGIPTO SUPERIOR
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el pié desnudo del aguador que ya en aquellas horas recorre el Muski. No e& mm grande
su negocio en las primeras horas; pero en cuanto el sol baña la calle y con el calor que
sus rayos despiden, crece la sed, comienza á escanciar agua fresca á diestro y siniestro,
haciendo otro tanto los vendedores de limonadas, jarabes de diferentes frutas, agua de pasas,
de rosa, de regaliz, de dátiles, de corteza de naranjas, ó simplemente azucarada, que
pregonan á voz en grito sin darse punto de reposo. Más tarde encuéntranse también gra-
nizados v sorbetes que se preparan artificialmente. Mas estamos todavía en las primeras
horas de la mañana, v cuando no lo demostrara otra cosa lo revelarían las mujeres de la
veladas de blanco y seguidas por sus criados negros, provistos de
oíase media que, vestidas y
voluminosos canastos, se dirigen al mercado para hacer las provisiones necesarias. El
mismo mercado dista mucho aún de ofrecer la animación que ha de reinar en él más tarde, y
la prueba la tenemos en las muchas aldeanas que, vistiendo su luenga túnica azul, llevando
en la cabeza pesados bultos de sus haciendas, y ante el rostro el negro tafetán que las
oculta á las miradas del transeúnte, pululan por el Muski. En los cestos que llevan á
cuestas ó sobre la cabeza asoman las suyas pollos y gallinas, pavos ó palomas y otras
hortalizas y no faltan tampoco algunas
aves de corral; otros están repletos de legumbres y
que llevan encima de aquella verdaderas pirámides de boñiga seca, con la cual, en muchas
regiones del Egipto, desprovistas de arbolado, y por tanto escasas de leña, se calientan los
hornos. A su lado vense numerosos pescadores pregonando su mercancía que pocas horas
antes coleaba aún en las aguas del Nilo. Los jinetes en asno y los coches de alquiler,
precedidos de los corredores que vocean para abrirse paso, son de cada vez mayores en
número: aquí asoman soldados, allí coches de lujo, y la muchedumbre aumenta y el ruido
crece, pues á los gritos de los unos y de los otros se unen los de los vendedores de
uvas, dátiles, sandías, racimos de bananas procedentes del Egipto superior, granadas,
tomates, higos comunes é higos de Berbería. Muchachuelas no veladas, invitan con sus
negros ojos á los transeúntes á que les compren naranjas, los ancianos avanzan lentamente
entre la apiñada muchedumbre y los mendigos piden limosna murmurando una sentencia,
ó rezando una oración. Los puestos de los confiteros, continuamente rodeados de parro-
quianos, atraen las miradas de la gente menuda, y hasta los adultos se dan por muy satis-
fechos con poder chupar un largo caramelo , ó con ir en pos del saltimbanqui , que lleva en
hombros una familia entera de monos sabios, ó entretiene á los desocupados haciendo ejecutar
sus habilidades á una cabra que , entre otras no ménos peregrinas, sostiénese en equilibrio
sobre una botella. Nada más singular que el aspecto que ofrece el hijo de la Nubia, desli-
zándose por todas partes completamente cargado de productos de su país, tales como pieles
plumas do avestruz, jabalinas, cocodrilos empajados y lagartos del Nilo,
de tigre, huevos y
tazas de madera de diversos colores pintarrajeadas. Delante de él, saltando
sartas de conchas y
v brincando alegremente, marcha un cazador sonando un tamboril, sobre cuyo terso parche
se ve un ratoncillo vivo. Hombres y mujeres, cuantos allí se encuentran usan diferentes y
procuran llamar la atención de los transeúntes ó de los que en sus casas
diversos trajes, y