Page 492 - Egipto TOMO 2
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DE LA CIUDAD DE AMOA A LA CATARATA
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peñascosos ribazos, de los cuales los unos, que ofrecen un
reflejo oscuro, parecen vitri-
ficados por el sol, en tanto que los restantes se hallan completamente cubiertos de negro.
Hasta aquí se encuentran las huellas de la actividad humana;
y seria punto ménos que
imposible enumerar las inscripciones que los viajeros, los peregrinos, los príncipes, á la ida
ó á la vuelta, los soldados, los empleados en todas las épocas de la antigüedad egipcia,
dejaron grabadas á derecha é izquierda, en la dura peña, á fin de invocar á una divinidad
ó para revelar á la posteridad hasta qué remotas regiones encaminaron su errante paso.
Las mezquitas fúnebres desaparecen de la cumbre de las colinas que nos separan del rio:
pero llama al propio tiempo nuestra atención una nueva obra debida á la mano del hombre.
Es esta una muralla ó pared hecha de ladrillos confeccionados con barro del Nilo, robusta,
elevada, en no pocos puntos medio derruida, que en su comienzo se encuentra á nuestra
izquierda y más adelante corta el camino en dos lugares distintos, continuando hasta Philee,
junto á la orilla. Cuenta
siglos y siglos de anti-
güedad, y no obstante,
Estrabon que en su
,
carro recorrió este ca-
mino en una época en
que indudablemente se
hallaba en mejor esta-
do de conservación, no
dice de ella una pala-
bra. ¿A qué se debe se-
mejante construcción?
Lo ignoramos. Presu-
men unos que fué cons-
EN EL DESIERTO ENTRE ASUAN Y PHILJS
truida para proteger las
fronteras egipcias de las incursiones de los blemmyes y de los merodeadores no batos: creen
otros que es una frontera mercantil ó aduanera: á Burckhardt se le dijo que había constituido
el borde de un canal artificial por cuyo medio era conducida el agua del Nilo al territorio de
Siena; en tanto que los indígenas han referido á otros viajeros una extraña fábula según la
cual Cleopatra, que habría vivido en Siena, y enviado á su hijo á la escuela de Philee, habría
mandado levantar aquel muro formidable, para poner á aquél á cubierto de los ataques de las
fieras. Aquí es indispensable advertir que dichos indígenas no conocen otros nombres de los
diferentes soberanos que han reinado en el valle del Nilo, con anterioridad á los tiempos del
Islam, que los de Faraón, Alejandro el Grande y Cleopatra. Por lo demás, las fieras debian
abundar en otro tiempo en estos lugares; pues es lo cierto que han dado pié á una leyenda
no ménos infundada que las precedentes. Según -ella, los Faraones solian deportar muchos
criminales al desierto, donde sucumbían á los ataques de los leones y otros animales, y con el
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