Page 51 - Egipto TOMO 2
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RESURRECCION DEL EGIPTO ANTIGUO 47
inscripción jeroglífica de la misma, se encuentra el cartucho CUSID tantas veces
como el nombre de Ptolomeo está en la griega, había razonado fundamento para deducir que
dicho jeroglífico correspondía á este nombre; mas á ello se oponían ciertas indicaciones,
existentes en los clásicos, que por hallarse basadas en un principio falso, habían inducido á los
sabios á creer que la escritura jeroglífica era puramente ideográfica, y que no existia por lo
tanto en ella ninguno de los procedimientos de representación fonética.
Así las cosas, un estudio más profundo y detenido de la inscripción trazada en escritura
demótica, hizo comprender que discurriendo de esta suerte se había incurrido en una equivo-
cación. Algo más tarde, á los datos proporcio-
nados por la piedra de Roseta, pudieron aña-
dirse los que resultaron de una inscripción
bilingüe descubierta en el zócalo de un
obelisco hallado en la isla de Philee, en
la cual se encontró el nombre de Cleopatra, y
al mismo se creyó que correspondería el car-
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tucho jeroglífico 3
ya que nombre y cartucho se encontraban el
mismo número de veces. Sea como fuere, ello
es que con lo dicho se tenían á mano las
palancas que la ciencia había menester para
forzar la puerta tras la cual durante larguísi-
mo período de siglos permaneciera encerrado
el secreto de la esfinge egipcia. Dos grandes
hombres, dos verdaderas eminencias, el
FRANCISCO CHAMPOLLION
inglés Tomas Young, que se había ya distin-
guido por medio de numerosos y diversos trabajos científicos, y el francés Francisco Cham-
pollion, emprendieron al par, bien que independientemente, la tarea de penetrar el arcano,
v al cabo de poco tiempo vieron coronados sus esfuerzos por el éxito más completo; bien
que á Champollion corresponde con mayor derecho el justo título de inventor en el arte de
descifrar los jeroglíficos, ya que lo que alcanzó Young por instinto, consiguiólo aquél por
medio de procedimientos metódicos, en los cuales perseveró con tanta fijeza y buen acierto que
á su muerte, acaecida en 1832, pudo dejar escrita una gramática y un diccionario muy copioso,
relativos á la antigua lengua egipcia. Y aquí juzgamos del caso hacer nuestras las palabras
pronunciadas por Chateaubriand, — y el testimonio es de mayor excepción, — respecto del
sabio eminente que en breve tiempo se elevó al templo de la inmortalidad. «Sus admirables
trabajos, dijo, vivirán tanto como los monumentos que nos ha dado á conocer.» Veamos ahora
el camino que siguió para llegar al término que se propuso.