Page 157 - Cómo no escribir una novela
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mirando a Mariano del Pueblo. Si Del Pueblo llegaba a sospechar que era un
               agente encubierto de la DEA, Roger nunca saldría vivo del restaurante.
                   El camarero les trajo los platos que habían pedido, pero cuando estaban

               a  punto  de  atacar  la  comida  los  interrumpió  el  guardaespaldas  de  Del
               Pueblo, Barrigón. Mirando con el ceño fruncido a Roger, Barrigón se inclinó
               para decirle algo al oído a Del Pueblo. La alarma se apoderó del rostro de

               Del Pueblo, pero de inmediato su característica expresión de fría crueldad
               volvió a él mientras miraba a Roger con unos ojos distintos. Con un ademán

               despidió a Barrigón, sin dejar de mirar fijamente a Roger. Y entonces dijo
               tranquilamente:
                   —Bueno,  Roger,  ¿no  te  apetece  comer  todo  lo  que  hemos  pedido?
               Vamos  a  comer  juntos  como  dos  hombres  civilizados  que  van  a  hacer  su

               último almuerzo.
                   El buey de mar de Del Pueblo estaba servido en un lecho de mousse de

               saucisson garni, con un untuoso gulash de vegetales de temporada. Roger
               había  pedido  la  vieux  morse  del  menú  del  día,  pero  también  tenía  una
               generosa ración de áspic de alcaparras à la ancienne. Se lo comieron todo

               con  deleite,  junto  con  un  chutney  de  lapin  au  chocolat,  saboreando  cada
               bocado. Como buenos gourmets que eran los dos, permitían que los sabores

               inundaran  sus  papilas  gustativas  sin  prisa  alguna.  Incluso  se  ofrecieron  el
               uno al otro pedacitos de sus platos.
                   Roger sabía que dentro de poco tendría un serio problema para hacerle

               un hueco al postre. Pero cuando el carro de los dulces hizo su aparición no
               pudo resistirse.
                   —Yo  tomaré  los  profiteroles  bañados  en  chocolate  a  la  taza  —dijo

               Roger.
                   Del Pueblo escogió el mundialmente famoso tronco semitibio de biscuit
               de  pacana.  De  nuevo  se  hizo  el  silencio  mientras  los  dos  hombres

               paladeaban sus deliciosos platos.



          Aunque debería ser obvio que el principio de economía debería aplicarse a las escenas
          donde  la  gente  come  igual  que  a  cualquier  otra  acción  o  hecho,  los  escritores
          primerizos a menudo se sienten impelidos a darnos una relación completa de los platos

          de todos los personajes que se han sentado a la mesa, y luego informar al lector de la
          calidad de cada uno de ellos.

               Es cierto que en la vida real la gente parece incapaz de comer algo sin comentar la
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