Page 39 - Cómo no escribir una novela
P. 39
De repente, oyeron el sonido de las aspas de un helicóptero que
sobrevolaba sus cabezas.
—Mira —dijo Fafnir, señalándolo.
Subieron por la escalerilla de cuerda que les tendieron y escaparon por
poco de la Cosa que los estaba amenazando tan amenazadoramente.
Cuando ya estaban en el compartimento de los pasajeros se quedaron
mirando atónitos al acomodado industrial que los evaluó enarcando las
cejas.
—Así que ustedes son la pareja que ha provocado todo este lío, ¿no?
—¿Quién es usted? —preguntó Rafael, que no pudo dejar de admirar
las lujosas prendas del hombre.
—Me llamo Barrington Hewcott, soy el hombre más rico del mundo y
me pareció que esto había ido demasiado lejos. Así que ahora siéntense, los
devolveré a casa en un periquete.
Los finales son el último refugio de lo imposible, o eso parece por todas esas
situaciones disparatadas que el autor pretende colarnos como finales normales.
El lector confía en que el protagonista resuelva sus problemas por él mismo, y se
siente decepcionado cuando no es así. Es más, si se introduce un elemento previamente
no mencionado para solucionar una situación, el autor está cambiando de pronto las
reglas de su mundo de ficción. Esto es tan divertido como cuando alguien, repentina y
unilateralmente, modifica las reglas de un juego. Es como si el autor dijera: «Sabes,
acabo de darme cuenta de que mi trama no funciona, así que voy a añadirle algo que no
tiene nada que ver, ¿de acuerdo?»
Pues, bien… Nosotros, por nuestra parte, vamos a añadirle más material a alguna
planta recicladora de papel. Esta solución se suele llamar académicamente deus ex
machina, en román paladino: «Ya te vale, colega».
«Y un anillo para atraerlos a todos»,
dijo el viejo pistolero
Cuando el autor cambia de género en
medio de la trama
Último día de verano