Page 94 - Fantasmas
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FANTASMAS



               Su cuerpo  había perdido  por  completo  su  blancura  de
         malvavisco  y ahora  era  de un  tono  marrón  oscuro,  como  si lo
         hubieran  tostado  ligeramente.  Se había desinflado  hasta perder
         cerca  de la mitad de su volumen  normal y tenía la barbilla hun-
         dida en  el tronco,  incapaz de mantener  la cabeza  erguida.
               Art se  encontraba  cruzando  el jardín delantero de mi ca-
         sa  cuando  Feliz  salió  de su  escondite,  bajo uno  de los setos.
         En ese  primer momento  crucial  Art fue consciente  de que no
         podría  escapar  del perro  corriendo-y  de que  si lo intentaba
         acabaría  lleno  de pinchazos  mortales,  así que  en  lugar de eso
         saltó  a la camioneta  y una  vez  dentro  cerró  la puerta.
               Las ventanas  eran  automáticas,  no  había  manera  de ba-
         jarlas  y cada  vez  que  intentaba  abrir  una  puerta,  Feliz trataba
         de meter  el hocico y morderlo.  Fuera había veinte  grados y den-
         tro  del coche  más  de treinta  y Art vio desesperado  cómo  Fe-
         liz se  tumbaba  en  la hierba junto a la camionta  a esperar  a que
         saliera.
               Así que Art siguió allí sentado  mientras  desde  la distan-
         cia llegaba el ronroneo  de las cortadoras  de césped. Pasaban  las
         horas  y Art empezaba a marchitarse,  a sentirse  enfermo  y atur-
         dido.  Su piel de plástico  se  pegaba a los asientos.
               «Entonces  llegaste tú y me  salvaste  la vida.»
               Pero  la vista se  me  nublaba  y mojé su  nota  con  mis lágri-
         mas.  No había  llegado a tiempo.  En absoluto.
               Art nunca  volvió  a ser  el mismo.  Su piel se  quedó de un
         color amarillo  vaporoso y le resultaba  difícil  mantenerse  infla-
         do. Sus padres lo inflaban y durante  un  rato  estaba bien, el cuer-
         po henchido  de oxígeno,  pero  pronto  volvía  a quedarse fláci-
         do y sin fuerzas.  Tras  echarle  un vistazo,  su  médico  recomendó
         a sus  padres que no  pospusieran  el viaje a Disneylandia.
               Yo tampoco  era  el mismo.  Me  sentía  desgraciado,  perdí
         el apetito, me  dolía el estómago  y pasaba las horas  triste y me-
         ditabundo.



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