Page 93 - Fantasmas
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Joe  Hutt



            Contestó  su  madre.
           —Acaba  de ir a tu casa  a buscarte  —me  dijo.
            Llamé  a mi padre.
           —Por  aquí no  ha venido  —me  dijo—.  No lo he visto.
           —Estate  pendiente.
           —Oye,  mira, me  duele la cabeza  y Art sabe tocar  el tim-
      bre.
           Me senté  en la silla del dentista  con  la boca abierta  de par
      en par y sabor a sangre  y a menta,  preocupado  e impacien.  >or
      salir de allí. Tal vez  no  confiara  en  que mi padre se portara  bies
      con  Art  si yo no  estaba  delante.  La ayudante  del dentista  no
      hacía  más  que  tocarme  el hombro  y decirme  que  me  relajara.
           Cuando  por fin hube  terminado y salí a la calle,  el azul
      vívido  y profundo  del cielo  me  desorientó  un  poco.  El sol ce-
      gador me  hacía daño  en  los ojos. Llevaba  dos horas  levantado
      y aún estaba  adormilado  y entumecido,  no  me  había desperta-
      do del todo.  Eché  a correr.
           Lo primero que vi al llegar a casa  fue a Feliz, suelto  y fue-
      ra  de su  perrera.  Ni siquiera  me  ladró,  estaba  tumbado  boca
      abajo en  la hierba,  con  la cabeza  entre  las patas.  Me volví y vi
      a Art  en  el asiento  trasero  de la camioneta  de mi padre,  gol-
      peando los cristales  con  las manos.  Me acerqué y abrí la puer-
      ta y en  ese  instante  Feliz  echó  a correr  ladrando  enloquecido.
      Agarré  a Art por los dos brazos,  me  di la vuelta  y salí huyen-
      do mientras  los colmillos  de Feliz  se  clavaban  en  la pernera
      de mi pantalón.  Escuché  el feo sonido  de un  desgarrón, me  tam-
      baleé unos  segundos  y seguí corriendo.
           Corrí  hasta  que  me  dolió  el costado  y hube  perdido  de
     vista  al perro,  al menos  seis  calles  más  allá, hasta  dejarme  caer
      en  el jardín de algún vecino.  La pernera  de mi pantalón  estaba
     rasgada desde  la rodilla  hasta  el tobillo.  Entonces  miré  a Art
     y me  estremecí.  Estaba  tan  sin resuello  que  sólo  acerté  a emi-
     tir un  leve chillido,  como  solía hacer  siempre  Art.



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