Page 96 - Fantasmas
P. 96

FANTASMAS



          do llegué estaban  sólo un  par de pescadores  y Art, sentado  en
          la pendiente  de la playa. Tenía  el cuerpo  blando y flácido  y la
          cabeza  doblada  hacia  delante,  colgando  débilmente  de su  ine-
          xistente  cuello.  Me senté junto a él.  A unos  metros  de nosotros
          las olas  se  rizaban  en  heladas  crestas.
                —¿Qué  pasa? —pregunté.              s
                Art se  quedó pensando  un  momento  y después  empezó
          a escribir.
                «¿Sabes  cómo  consigue  llegar la gente  al espacio  sin co-
          hetes?  Chuck Yeager logró subir tan  alto con  un  avión que em-
          pezó a dar bandazos  hacia  arriba, no  hacia  abajo.  Subió  tan
          alto que logró engañar  a la gravedad  y su  avión  salió  despedi-
          do de la estratosfera.  Entonces  el cielo perdió su  color, era  co-
          mo  si se  hubiera  convertido  en  papel y en  el centro  había  un
          agujero  y detrás  del agujero  todo  estaba  negro.  Lleno  de es-
          trellas.  Imagínate  lo que sería  caer  hacia  arriba.»
                Miré su  nota  y después a él, que escribía  de nuevo.  Su se-
          gundo mensaje  era  más  escueto.

                «No puedo más.  Lo digo en  serio,  se  acabó.  Me desinflo
          quince  o  dieciséis  veces  al día. Tienen  que  inflarme  práctica-
          mente  cada hora.  Estoy siempre  enfermo  y lo odio.  Esto  no  es
          vida.»
                —No,  no  —dije, mientras  se  me  nublaba  la vista y las lá-
          grimas  brotaban  de mis ojos—.  Verás  como  todo  se  arregla.
                «No.  No lo creo.  Y no  se  trata  de que vaya  a morir,  sino
          de dónde.  Y lo he decidido:  quiero ver  hasta dónde  puedo su-
          bir.  Comprobar  si es  cierto  que  el cielo  se  abre  al final.»
                No recuerdo  qué más le dije. Muchas  cosas,  supongo.  Le
          pedí que  no  lo hiciera,  que  no  me  abandonara.  Le dije que no
          era justo, que él era  mi único  amigo, que siempre me  había sen-
          tido  solo.  Seguí hablando  hasta  que  rompí en  sollozos  y Art
          me  pasó su  arrugada  mano  de plástico  por los hombros  y yo
          hundí  mi cabeza  en  su  pecho.



                                        94
   91   92   93   94   95   96   97   98   99   100   101