Page 80 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
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—Pero  el  abuelo  tenía  madera  de  educador.  Le  dio  por  acercar  el

               evangelio a los herejes del este de Europa y las selvas de África, y hasta de
               algunas  de  esas  islas  escondidas  que  hay  por  ahí  perdidas  en  el  Pacífico.
               Regresó con un par de historias que os pintarían canas de por vida.
                    —¡Ajá, conque eso es lo que te pasó en el pelo! —lo interrumpió Stevens

               —. Y yo que pensaba que solo eran los años.
                    Bane se echó a reír y escupió un salivazo.
                    —Bueno, años tengo unos cuantos, chaval. Este lugar está encantado. Los
               primeros  exploradores  se  pasearon  por  Mystery  Mountain  allá  por  1840,

               financiados  por  los  ricachones  de  la  ciudad,  gente  de  los  periódicos  en  su
               mayoría. Encontraron cosas de lo más peculiares, dicen. Túmulos funerarios y
               acantilados con cuevas repletas de cadáveres, como hacen los chinos. A unos
               cuantos de aquellos exploradores se les torció la suerte y los asesinaron o se

               perdieron. Algunos quisieron hacerse los pioneros y desaparecieron, pero uno
               de ellos, un ruso, regresó y le dio por escribir un libro. Y algunas partes de ese
               libro acabaron en otro, una especie de guía de campo. Se parece al Farmer’s
               Almanac, solo que en negro y con un círculo roto en la tapa. Esa hoja la he

               visto  yo  antes.  Circulan  pocos  ejemplares  de  aquella  guía,  los  demás  se
               quemaron. Mi madre era hija de Dios y lo aborrecía a cuenta de las blasfemias
               paganas  que  contenía,  ritos  herejes  documentados  y  cosas  por  el  estilo.  El
               abuelo  me  lo  enseñó  a  hurtadillas.  No  era  un  tipo  especialmente  devoto

               cuando acabó de predicar la palabra del Señor. Cuentan que tuvo una crisis de
               fe.
                    —Bueno —dijo Calhoun—, ¿y qué encontró el ruso?
                    —No lo recuerdo bien. —Bane se apoyó el hacha en la rodilla y exhaló un

               suspiro—. Ruinas, tal vez. O puede que le diera por soltar mentiras, porque
               nadie  respaldó  sus  palabras.  Era  un  charlatán  y  un  embaucador,  creo.  Lo
               expulsaron de la región.
                    —Pues yo creo —dijo Miller— que es una coincidencia asombrosa que

               hayas terminado en esta batida de caza. Podría ser que nos estuvieras tomando
               el pelo.
                    —Podría ser. Pero no lo es. Lo juro por Dios.
                    —Arri, arri. —Ma, con el ceño fruncido, continuaba apuñalando el suelo.

               Su voz sonaba tan grumosa como las gachas de un día para otro.
                    —Me  parece  que  Ma  piensa  que  aquel  piel  roja  te  pegó  sus  tonterías
               supersticiosas —dijo Stevens—. ¿Por qué narices te ofreciste voluntario para
               venir si resulta que este lugar está infestado de malos augurios?

                    —Diablos, hijo. McGrath me ofreció voluntario.




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