Page 81 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
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—Va, desembucha. —Calhoun se levantó el ala del sombrero con un dedo
—. ¿Qué tiene de espeluznante Mystery Mountain?
—Aparte de túmulos funerarios, criptas cavernosas y exploradores
desaparecidos —dijo Stevens, con una sonrisita burlona.
—Bueno, rondan todo tipo de fantasmas, espíritus malignos y cosas así —
respondió Bane, contemplando la oscuridad de reojo una vez más—. Hay
demonios que viven en agujeros en el suelo. Moran en las rocas y duermen en
el interior de los árboles más grandes de lo más profundo del bosque, donde
jamás brilla el sol. Pata de Cuervo dice que los espíritus acechan en la
oscuridad y se llevan a los pobres desgraciados al infierno mientras duermen.
—¿Has oído eso, Thad? —Stevens señaló a Horn con un cabeceo—. Más
te vale dormir con un ojo abierto.
—Conozco una historia —dijo Ruark, y sus compañeros se quedaron tan
callados que el chasquido y el siseo de la savia al fuego se volvieron
atronadores. Escupió en la piedra de amolar y siguió afilando el cuchillo—.
¿Os acordáis del cuento de Rumpelstiltskin? El rey ordenó a la hija del
molinero que tejiera para transformar la paja en oro si no quería morir, y un
hombrecillo, un enano, la visitó y se comprometió a hacerlo por ella a cambio
de que le entregara a su primogénito. Con ese pacto la chica salvó el
pescuezo.
—Se liaron e hicieron un montón de mocosos —lo interrumpió Stevens
—. Todo el mundo conoce esa historia.
—¿Cómo diablos se las apañaba el enano para transformar la paja en oro?
—eructó Horn tras pegar un trago de licor.
—Con magia, gilipollas —respondió Calhoun.
—Porque el puto enano era un engendro de Satanás, por eso —sentenció
Bane.
—El rey la hizo su esposa y todo marchó sobre ruedas durante una
temporada —continuó Ruark—. Luego, como no, vino el bebé, ¿y quién
aparece para cobrarse su deuda? La chica lo convenció para que le diera de
plazo hasta la luna nueva para adivinar su nombre y cancelar así el acuerdo.
El tipo, que era un cascarrabias, accede. Sabe que su nombre es tan raro que
la chica no tiene la menor oportunidad de acertarlo. —Hizo una pausa; al
cabo, levantó la cabeza y miró lentamente a los ojos a cada uno de sus
compañeros, cautivados por el relato—. Pero aquella moza era de armas
tomar. Mandó emisarios a las cuatro puntas de la región, con la única misión
de redactar una lista de nombres. Uno de los hombres volvió contando una
cosa muy rara que se había encontrado por casualidad en una vaguada, oscura
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