Page 82 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
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y recóndita. El explorador vio una inmensa hoguera en el fondo del valle, y

               bailando alrededor de las llamas había una hueste de demonios dirigidos por
               el mismísimo tejedor de oro en persona. Mientras cabriolaba y se carcajeaba,
               el enano anunció a voz en grito que Rumpelstiltskin era su nombre. Luego,
               cuando la reina se la dio con queso, se puso hecho una fiera. Pisoteó el suelo

               del palacio hasta que se abrió un agujero y se lo tragó la tierra. Y no volvió a
               saberse de él.
                    —No  se  me  ocurre  un  final  más  feliz,  la  verdad  —declaró  Miller,
               mientras se preguntaba qué podría ser más incongruente que acampar en unas

               montañas  remotas  en  compañía  de  un  montón  de  leñadores  encallecidos  y
               escuchar  cómo  uno  de  ellos  descuartizaba  el  cuento  de  hadas  de
               Rumpelstiltskin.
                    —Bueno,  la  parte  esa  de  los  demonios  que  saltaban  alrededor  de  la

               hoguera invocando a las fuerzas de las tinieblas, hay quienes dicen haber visto
               cosas parecidas aquí, en estas montañas. Cuentan que si te metes de noche en
               el  valle  indicado,  cuando  sale  la  luna,  uno  puede  oír  sus  cantos  e
               invocaciones.

                    —¿Los cantos e invocaciones de quién? —quiso saber Calhoun.
                    Ruark esbozó la sombra de una sonrisa, sacudió la cabeza y no dijo más.
                    —Yo  me  recojo  —anunció  Horn,  poniéndose  en  pie—.  No  pienso
               escuchar  más  monsergas.  Nada,  ni  hablar.  —Se  alejó  unos  cuantos  pasos,

               airado, se envolvió en la manta y se acurrucó hasta dejar a la vista tan solo la
               punta del gorro y el cañón de su rifle.
                    —Lástima que no esté aquí tu mamá para arrullarte y cantarte una nana —
               dijo Stevens.

                    —Te he dicho ya que no mientes más a mi madre.
                    Calhoun agarró una ramita y se la lanzó a la cabeza al muchacho. Todos
               se rieron de buena gana y, aliviada la tensión de ese modo, la compañía no
               tardó en acostarse y conciliar el sueño.




                                                            §


               Miller se despertó acuciado por las ganas de mear. Instantes después se quedó
               paralizado, atento a las tenues y misteriosas notas musicales que llegaban a

               sus oídos. Al principio pensó que continuaba el sueño que había tenido, en el
               que se encontraba sentado en el palco de una corte majestuosa cuya reina, con
               su  corona  y  todo  el  atuendo,  le  daba  conversación  a  un  enano  deforme  de

               peculiares ropajes y sombrero emplumado mientras de fondo Ruark narraba



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