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sobre la cama, Eddie percibió un perfume floral y ligero. Ella firmó con caligrafía
redondeada, según el método Palmer. Stan fue el último; sus letras eran pequeñas
y apretadas; dejó su nombre junto a la muñeca de Eddie.
Después, todos dieron un paso atrás, como si tomaran conciencia de lo que
habían hecho. Fuera, el trueno volvió a murmurar densamente. Un relámpago
bañó la fachada de madera con una luz breve y tartamudeante.
--¿Listo? -preguntó Eddie.
Bill asintió.
--V-v-ven a mi ca-ca-casa de-después de cenar, p-p-p-pasado mañ-ñana, si
pupu-puedes, ¿eh?
Eddie asintió.
Hubo otro período de conversaciones inconexas, casi desarrolladas al azar. Una
parte se la llevó el asunto que concitaba la atención de Derry en ese mes de julio:
el juicio a Richard Macklin por el asesinato de su hijastro Dorsey y la desaparición
de Eddie Corcoran, el hermano mayor del pequeño difunto. Macklin tardaría aún
dos días en derrumbarse y confesar, llorando, en el banquillo de los testigos. Pero
los Perdedores estaban de acuerdo en que ese hombre no tenía relación con la
desaparición del chico: probablemente éste había huido... o "Eso" se había
encargado de él.
El grupo se retiró a eso de las siete menos cuarto. La lluvia aún no había caído.
Continuó amenazando hasta mucho después de que la madre de Eddie hiciera su
segunda visita (se fue horrorizada por las firmas del yeso y aún más horrorizada
por la decisión de su hijo de abandonar el hospital al día siguiente); ella había
imaginado una semana o más de absoluto reposo para que los extremos de la
fractura pudieran "asentarse", según dijo.
Por fin, las nubes de tormenta se abrieron con el viento. No había caído una sola
gota sobre Derry. La humedad siguió elevada; esa noche la gente durmió en
porches, prados y sacos de dormir puestos en los sembrados de las granjas.
La lluvia cayó al día siguiente, poco después de que Beverly viera algo terrible
de lo cual fue víctima Patrick Hockstetter.
XVII. Otro de los desaparecidos: La muerte de Patrick Hockstetter.
1.
Al terminar, Eddie se sirve otra copa con pulso tembloroso. Mira a Beverly y
dice:
--Tú viste a Eso, ¿verdad? Lo viste coger a Patrick Hockstetter, el día después
de que todos me firmaron el yeso.
Los otros se inclinan hacia adelante.
Beverly se echa el pelo hacia atrás, en una nube rojiza. Su rostro luce
extraordinariamente pálido. Saca a tientas otro cigarrillo del paquete, el último, y
acciona su encendedor. Parece incapaz de guiar la llama hasta la punta del
cigarrillo. Al cabo de un momento, Bill le sujeta la muñeca con firmeza y aplica la
llama al lugar debido. Beverly le dirige una mirada agradecida y exhala una nube
de humo azul grisáceo.