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--Mamá.
                   Por un momento estuvo a punto de huir. Sentía a los otros en él: a sus "amigos"
                y a algo más, algo que estaba aún más allá de ellos. Y tuvo miedo de que eso le
                lanzara un destello. Era como si su hijo estuviese poseído por algo, por una fiebre
                espantosa, como había ocurrido con la bronquitis a los cinco años.
                   Hizo una pausa con la mano en el pomo de la puerta. No quería escuchar lo que
                él iba a decirle. Y cuando el chico lo dijo fue tan inesperado que ella tardó un
                momento en comprender. La comprensión cayó como un saco de cemento. Por un
                instante temió desmayarse.
                   Eddie dijo:
                   --El señor Keene dijo que mi medicamento para el asma es sólo agua.
                   --¿Qué...? -Sonia volvió los ojos flamígeros hacia él.
                   --Sólo agua. Con un agregado para darle gusto a medicina. Dijo que era un pla-
                ce-bo.
                   --¡Qué dices! ¡Eso es una absoluta mentira! No me explico por qué te ha dicho
                semejante mentira. Pero hay otras farmacias en Derry. Y voy a...
                   --He tenido tiempo de pensarlo -continuó Eddie, suave e implacable, sin dejar de
                mirarla a los ojos-, y creo que ha dicho la verdad.
                   --¡Te digo que no, Eddie! -El pánico había vuelto, aleteando.
                   --Creo que es verdad. De lo contrario habría alguna advertencia en el frasco.
                Algo como que es peligroso tomar demasiado. Aunque...
                   --¡Eddie, no quiero oír una palabra más! -dijo ella, tapándose los oídos con las
                manos-. No estás... no estás normal y eso es todo.
                   --Aunque sea algo que se puede comprar sin receta, siempre le ponen
                instrucciones -prosiguió él, sin levantar la voz. Posó en ella sus ojos grises y Sonia
                no pudo apartar la vista-. Hasta cuando se trata del jarabe para la tos... o de tu
                Geritol.
                   Hizo una pausa. Sonia dejó caer las manos; era demasiado esfuerzo
                mantenerlas sobre las orejas. Parecían muy pesadas.
                   --Y se me ocurre... que tú lo sabías, mamá.
                   --¡Eddie! -Fue casi un gemido.
                   --Porque -prosiguió él, como si ella no hubiese abierto la boca, concentrado en el
                problema, con el entrecejo fruncido-, porque vosotros, los padres, tenéis que saber
                de medicamentos. Utilizo ese inhalador cinco o seis veces al día. Y tú no me
                permitirías utilizarlo tanto si pensaras que podría... hacerme daño. Porque tu
                misión es protegerme, como siempre dices. Entonces... ¿lo sabías, mamá?
                ¿Sabías que era sólo agua?
                   Ella no dijo nada. Le temblaban los labios. Sintió que toda su cara temblaba. Ya
                no lloraba. Se sentía demasiado asustada como para llorar.
                   --Porque si lo sabías -prosiguió Eddie, siempre con el entrecejo fruncido-, no me
                explico que mi madre quisiera hacerme creer que el agua era medicamento... o
                que yo tenía asma aquí -se señaló el pecho-, cuando el señor Keene dice que sólo
                tengo asma aquí. -Y se señaló la cabeza.
                   Ella pensó explicárselo todo. Se lo explicaría con tranquilidad y lógica. Su miedo
                de que él muriera, a los cinco años, que casi la había vuelto loca, porque había
                perdido a Frank sólo dos años antes. Su idea de que sólo se podía proteger a un
                hijo vigilándolo y amándolo, atendiéndolo como se atiende un jardín, fertilizando,
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