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permanecían inmóviles, detrás de la escuela, mientras las nubes se amontonaban,
                cada vez más altas. Pensó en esa luz amarilla y atronadora y en el silencio, como
                si toda la ciudad estuviese dormida... o muerta.
                   --Sí -dijo-, menudo día.
                   --M-m-mis vi-viejos irán al ci-cicine p-p-pasado ma-mañana por la nnnoche -dijo
                Bill-. C-c-cambia la p-p-programación. Entttonces aprovecharemos p-p-para ha-a-
                acer los b-b-b...
                   --Balines de plata -dijo Richie.
                   --¿Pero no íbamos...?
                   Es mejor así -dijo Ben-. Sigo creyendo que podríamos haber hecho balas, pero
                no basta con creer. Si fuésemos adultos... entonces...
                   --Oh, sí, el mundo sería una joya si fuésemos adultos -comentó Beverly-. Los
                adultos pueden hacer lo que les da la gana, ¿no? Cualquier cosa, y siempre sale
                bien. -Emitió una risa nerviosa-. Bill quiere que yo dispare contra "Eso". ¿Te lo
                imaginas, Eddie? Yo, campeona de tiro al blanco,
                   --No sé de qué estáis hablando -dijo Eddie.
                   Pero tenía la impresión de saberlo. Al menos, se estaba haciendo una idea. Ben
                se lo explicó. Fundirían uno de sus dólares de plata para hacer dos balines, algo
                más pequeños que cojinetes. Y después, si de veras había un hombre-lobo en el
                29 de Neibolt Street, Beverly le plantaría un balín de plata en la cabeza con el
                tirachinas de Bill. Adiós, hombre-lobo. Y si acertaban en cuanto a que se trataba
                de un único monstruo con muchas caras, adiós, "Eso".
                   La cara de Eddie debió tomar alguna expresión, porque Richie se echó a reír
                con un gesto de asentimiento.
                   --Ya imagino lo que sientes, tío. Yo también tuve la impresión de que Bill había
                perdido la chaveta cuando empezó a hablar de usar el tirachinas y no la pistola de
                su padre. Pero esta tarde... -Se interrumpió para carraspear. Lo que estaba por
                decir era: "Esta tarde, después de que tu madre nos echó..." Eso, obviamente, no
                servía-. Esta tarde fuimos al vertedero y Bill llevó su Bullseye. Mira. -Sacó del
                bolsillo una lata achatada que había contenido trozos de piña. En el medio tenía
                un agujero mellado, de cinco centímetros de diámetro-. Esto lo hizo Beverly con
                una piedra, desde seis metros de distancia. A mi modo de ver, es como un disparo
                de calibre 38. Bocazas está convencido. Y cuando Bocazas está convencido, no
                hay más que hablar.
                   --Una cosa es matar latas -dijo Beverly-, y otra son... las cosas vivas. Tendrías
                qué -hacerlo tú, Bill. De veras.
                   --N-no -dijo Bill-. Pro-probamos todos. Y v-v-viste có-cómo re-resultttó...
                   --¿Cómo? -quiso saber Eddie.
                   Bill lo explicó, lenta y entrecortadamente, mientras Beverly miraba por la
                ventana, con los labios blancos de tan apretados. Por motivos que no podía
                explicarse, sentía algo más que miedo: estaba profundamente avergonzada por lo
                ocurrido ese día. Camino del hospital había insistido en que tratasen de hacer las
                balas, no porque estuviese más segura que Bill o Richie del resultado que podían
                dar llegado el momento, sino porque, si algo pasaba en aquella casa, el arma
                estaría en manos de
                   ("Bill")
                   otro.
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