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Pero contra los hechos no se podía discutir. Cada uno de ellos había tomado
                diez piedras que arrojó con la Bullseye contra diez latas puestas a seis metros de
                distancia. Richie había acertado a una de las diez; Ben, a dos; Bill, a cuatro; Mike,
                a cinco.
                   Beverly, disparando casi como al azar, como si no tomase puntería, había
                derribado nueve de las diez latas acertándole directamente en el centro.
                   --P-pp-pero pri-primero ha-a-ay que ha-hacer los ba-ba-balines.
                   --¿Pasado mañana por la noche? Para entonces ya habré salido de aquí -dijo
                Eddie.
                   Su madre protestaría ante la idea... pero no protestaría mucho después de lo
                ocurrido esa tarde.
                   --¿Te duele el brazo? -preguntó Beverly.
                   Llevaba un vestido rosa (no el mismo que él había visto en su sueño; tal vez se
                lo había cambiado después de ser echada por su madre), al que había aplicado
                flores pequeñas. Y medias de seda o nylon; se la veía muy adulta pero también
                muy infantil, como a una niña que jugase a vestirse de gala. Su expresión era
                soñadora y distante. Eddie pensó: "Apostaría a que es así cuando duerme."
                   --No mucho -dijo.
                   Hablaron un rato intercalando sus voces con los truenos. Eddie no les preguntó
                qué había pasado más temprano, esa tarde, y ninguno de ellos lo mencionó.
                Richie sacó su yo-yo, lo lanzó un par de veces y volvió a guardarlo.
                   La conversación decayó. En una de las pausas se produjo un breve chasquido
                que desvió la atención de Eddie. Bill tenía algo en la mano y por un momento el
                paciente sintió que el corazón se le aceleraba, alarmado. Por ese breve instante
                pensó que se trataba de una navaja. Pero cuando Stan encendió la luz del cielo
                raso, dispersando la penumbra, vio que sólo se trataba de un bolígrafo. bajo
                aquella luz, todos volvían a parecer naturales, reales, simplemente sus amigos.
                   --Se me ocurrió que debíamos firmarte el yeso -dijo Bill.
                   "Pero no se trata de eso -pensó el chico de pronto, con súbita y alarmante
                claridad-. Es un contrato, Gran Bill, ¿verdad? O lo más parecido a un contrato que
                haremos jamás." Sintió miedo... y después vergüenza y enfado contra sí mismo. Si
                se hubiese roto el brazo antes del verano, ¿quién le habría firmado el yeso?
                ¿Quién, aparte de su madre y, quizá, el doctor Handor? ¿Las tías de haven?
                   Ellos eran sus amigos y su madre se equivocaba: no eran malos amigos. "Tal
                vez-pensó- no existen los buenos y los malos amigos; tal vez sólo hay amigos,
                gente que nos apoya cuando sufrimos y que nos ayuda a no sentirnos tan solos.
                Tal vez siempre vale la pena sentir miedo por ellos, y esperanzas, y vivir por ellos.
                Tal vez también valga la pena morir por ellos, si así debe ser. No hay buenos
                amigos ni malos amigos, sólo personas con las que uno quiere estar, necesita
                estar; gente que ha construido su casa en nuestro corazón."
                   --Bueno -dijo, algo ronco-, eso sería estupendo, Gran Bill.
                   Bill se inclinó solemnemente sobre la cama para escribir su nombre en el gran
                yeso que envolvía el brazo roto de Eddie con letras grandes e inclinadas. Richie
                firmó con un ademán florido. La letra de Ben era estrecha e inclinada hacia atrás;
                cada una parecía a punto de caer al menor empujón. Mike Hanlon firmó con trazos
                grandes y torpes porque era zurdo y el ángulo no le favorecía; puso su nombre
                sobre el codo de Eddie y lo envolvió con un círculo. Cuando Beverly se inclinó
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