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--Sí, los eché -dijo. Descubrió que su voz sonaba fuerte y decidida... mientras no
                lo mirara-. Has sufrido una herida grave, Eddie. No necesitas visitas, descontando
                la de tu madre. Y no necesitas visitas como ellos en tu vida. Si no hubiese sido por
                ellos ahora estarías en casa viendo televisión o construyendo tu coche de cartón
                en el garaje.
                   El sueño de Eddie era construir un coche de cartón y llevarlo a Bangor. Si
                ganaba, le concederían un viaje con todos los gastos pagados a Akron, Ohio, para
                el Derby Nacional de esos vehículos construidos con cajas de naranja. Sonia
                estaba dispuesta a dejarlo seguir adelante con ese sueño, siempre y cuando le
                pareciese que la realización de ese coche era sólo eso: un sueño. Ciertamente, no
                tenía intenciones de permitir que Eddie arriesgara la vida en un artefacto tan
                peligroso, ni en Derry ni en Bangor ni en Akron. Pero, tal como su propia madre
                había dicho tantas veces, lo que se ignora no hace daño. (Su madre también
                había tenido por costumbre repetir: "Hay que decir la verdad a cualquier costo",
                pero tratándose de recordar aforismos, Sonia, como casi todo el mundo,
                seleccionaba mucho.)
                   --No fueron mis amigos los que me rompieron el brazo -dijo Eddie con la misma
                voz inexpresiva-. Anoche se lo dije al doctor Handor y esta mañana al señor Nell.
                El que me rompió el brazo fue Henry Bowers. Había otros chicos con él, pero fue
                Henry. Si yo hubiese estado con mis amigos no me habría pasado nada. Me pasó
                esto por estar solo.
                   Eso recordó a Sonia el comentario de la señora Van Prett sobre la conveniencia
                de tener amigos y montó en cólera. Levantó bruscamente la cabeza.
                   --¡Eso no interesa y tú lo sabes muy bien! ¿Acaso crees que tu madre nació
                ayer? Sé muy bien por qué ese chico Bowers te rompió el brazo. Ese policía
                irlandés estuvo también en casa. Ese matón te rompió el brazo porque tú y tus
                "amigos" se lo buscaron. ¿Y crees que eso habría pasado si me hubieses hecho
                caso cuando te dije que no te tratases con ellos?
                   --No. Creo que habría pasado algo peor -dijo Eddie.
                   --¿Bromeas?
                   --Estoy hablando en serio. -Sonia sintió que de su hijo surgían oleadas de
                potencia-. Bill y mis amigos van a volver, mamá. Estoy seguro. Y cuando vuelvan,
                tú no vas a echarlos. No vas a decirles ni una palabra. Son mis amigos y no vas a
                robarme a mis amigos sólo porque te dé miedo quedarte sola.
                   Ella lo miró fijamente. Los ojos se le llenaron de lágrimas que le cayeron por las
                mejillas mojando el polvo que las cubría.
                   --Conque ahora le hablas así a tu madre -observó, entre sollozos-. Supongo que
                así les hablan tus "amigos" a sus padres. Supongo que lo aprendiste de ellos.
                   Se sentía a salvo en las lágrimas. Habitualmente, cuando ella lloraba, Eddie
                lloraba también. Era una treta sucia, tal vez, pero ¿había tretas sucias cuando se
                trataba de proteger a un hijo? difícilmente.
                   Levantó la vista bañada en lágrimas sintiéndose triste y traicionada. Eddie no
                podría resistir ese torrente de lágrimas y pesar. Su cara perdería esa expresión
                fría y alerta. Tal vez su respiración comenzara a silbar un poquito, segura de que
                la lucha había terminado y de que ella había conseguido otra victoria... por él, por
                supuesto. Todo por él.
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