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Sólo que al entrar, su alivió se trocó en nuevas inquietudes con sólo ver la cara
                de Eddie. No estaba durmiendo, como ella esperaba. En vez de una somnolencia
                de drogas, de la que despertaría desorientado, aturdido y psicológicamente
                vulnerable, lucía una expresión alerta, vigilante, muy distinta de su mirada suave y
                vacilante de costumbre. Aunque Sonia no lo sabía, Eddie, como Ben Hanscom,
                era del tipo de niños que mira rápidamente a la cara, como para saber qué
                emociones se están gestando allí y aparta la vista de inmediato. Pero ahora la
                miraba con insistencia ("Tal vez sea por los medicamentos -Pensó-, seguro que es
                eso; tendré que consultar al doctor Handor sobre sus medicamentos"), y fue ella
                quien se vio obligada a apartar la vista. "Es como si me estuviese esperando",
                pensó. Ese pensamiento habría debido hacerla feliz, pues un niño que espera a su
                madre ha de ser una de las creaciones favoritas del Señor.
                   --Has echado a mis amigos.
                   Las palabras surgieron inexpresivas y firmes.
                   Ella se echó atrás, casi culpable. Por cierto, la primera idea que le cruzó por la
                mente fue de culpabilidad: "¿Cómo lo sabe? ¡No puede estar enterado!"
                Inmediatamente se puso furiosa consigo misma (y con él) por pensar así. Así que
                le sonrió.
                   --¿Cómo nos sentimos hoy, Eddie?
                   Ésa era la reacción correcta. Alguien, algún tonto, tal vez esa enfermera
                incompetente y antipática del día anterior, había ido con el cuento. Alguien.
                   --¿Cómo nos sentimos? -preguntó otra vez al no obtener respuesta.
                   Pensó que el chico no la había oído. En ninguno de sus libros de medicina había
                leído que un hueso fracturado afectase al oído, pero era posible. Cualquier cosa
                era posible.
                   Eddie siguió sin responder.
                   La madre entró un poco más en la habitación detestando esa sensación tímida
                de su interior, desconfiando de ella, porque nunca se había sentido tímida ni
                vacilante junto a Eddie. También sintió enfado, aunque apenas naciente. ¿Qué
                derecho tenía su hijo a hacerla sentir así, después de todo lo que se había
                sacrificado por él?
                   --Estuve hablando con el doctor Handor y él me asegura que vas a quedar
                perfectamente bien -dijo Sonia, sentándose en una silla junto a la cama-. Claro
                que, si se presenta el menor problema iremos a ver a un especialista de Portland.
                Hasta de Boston, si hace falta.
                   Sonrió, como si otorgase un gran favor. Eddie no le devolvió la sonrisa. Y seguía
                sin responder.
                   --¿Me oyes, Eddie?
                   --Has echado a mis amigos -repitió él.
                   --Sí reconoció ella finalmente. También dos podían jugar a aquel juego. Le
                devolvió la mirada.
                   Pero entonces ocurrió algo terrible: los ojos de Eddie parecieron crecer... Las
                motas grises de su iris parecían moverse, como nubes de tormenta. Sonia cobró
                súbita conciencia de que el chico no estaba encaprichado ni con un berrinche ni
                nada de eso. Estaba furioso con ella... y Sonia, de pronto, tuvo miedo, porque en
                esa habitación parecía haber algo más, aparte de su hijo. Bajó la vista y abrió
                torpemente su bolso en busca de un pañuelo.
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