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--¡Le está haciendo daño! -exclamó la señora Kaspbrak-. ¡Estoy segura! ¡No hay
                ninguna necesidad! ¡Basta! ¡No tiene por qué hacerle daño! ¡Es un niño muy
                delicado!
                   Eddie vio que la enfermera clavaba una mirada airada en la cara preocupada del
                doctor Handor. Y vio la muda conversación que transcurría entre ellos. "Saque a
                esta mujer de aquí, doctor." Y en los ojos sombríos de él: "No puedo. No me
                atrevo."
                   Dentro del dolor había una gran claridad (si bien, Eddie no habría deseado
                experimentarla con frecuencia; el precio era demasiado alto). En esa conversación
                sin palabras, Eddie aceptó todo lo que el señor Keene le había dicho. Su inhalador
                estaba lleno de agua alcanforada. El asma no estaba en su pecho sino en su
                cabeza. De un modo u otro tendría que medirse con esa verdad...
                   Miró a su madre y la vio nítidamente en su dolor: cada flor de su vestido
                estampado, las manchas de sudor bajo los brazos, allí donde la transpiración
                había empapado la tela, las rozaduras de sus zapatos. Vio lo pequeños que eran
                sus ojos entre las bolsas de piel. Y entonces se le ocurrió una idea espantosa:
                esos ojos eran casi tan depredadores, como los del leproso que había salido del
                sótano, en Neibolt Street. "Aquí vengo, todo está bien... De nada te servirá correr,
                Eddie..."
                   El doctor Handor apoyó suavemente las manos en su brazo roto y oprimió. El
                dolor fue un estallido.
                   Eddie se alejó flotando.



                   5.


                   Le hicieron beber un líquido y el médico vendó la fractura. Le oyó decirle a su
                madre que era una fractura simple, "como la que se hace cualquier chico al caerse
                de un árbol". Y la madre de Eddie respondió, furiosa: "¡Eddie no trepa a los
                árboles! ¡Ahora quiero saber la verdad! ¿Está grave, sí o no?"
                   Después, la enfermera le dio una píldora. Sintió sus pechos contra el hombro y
                esa presión le resultó reconfortante. Aun entre la niebla se dio cuenta de que la
                enfermera estaba enfadada y creyó decir: "Ella no es el leproso; sólo me come
                porque me ama." Pero tal vez no dijo nada, porque la cara furiosa de la enfermera
                no cambió.
                   Tuvo la vaga impresión de que lo llevaban por un corredor en una silla de
                ruedas, y que la voz de su madre se oía vagamente.
                   --¿Qué quiere decir con eso de que hay horario de visitas? ¡A mí no me hable de
                horario de visitas! ¡Se trata de mi hijo!
                   Se borraba. Eddie se alegró de que ella se borrase, se alegró de estar
                borrándose él mismo. El dolor había desaparecido. No quería pensar. Quería
                dejarse ir. Sabía que su brazo izquierdo estaba muy pesado. Se preguntó si lo
                habían enyesado. Oyó vagamente algunas radios en distintas habitaciones, vio a
                pacientes que parecían fantasmas con sus batas de hospital caminando por los
                amplios pasillos. Y hacía calor... mucho calor. Cuando lo llevaron a su habitación,
                vio que el sol descendía como un disco de sangre anaranjado. Y pensó,
                incoherente: "Como un gran botón de payaso."
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