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--Mejor nos vamos, Henry -propuso Moose.
                   --Yo sí me voy, ahora mismo -afirmó Victor.
                   ¡Qué lejanas sonaban sus voces! Como los globos del payaso. Parecían flotar.
                Victor huyó hacia la biblioteca, atajando por el parque McCarron.
                   Henry vaciló aún por un instante; quizá esperaba que el coche de la policía
                estuviera ocupado en otra cosa y lo dejara seguir con lo suyo. Pero la sirena sonó
                otra vez, más cercana.
                   --Tienes suerte, caraculo -dijo.
                   Y siguió a Victor, acompañado por Moose.
                   Patrick Hockstetter se quedó un momento.
                   -Aquí te dejo un regalito -susurró con su voz grave y ronca. Aspiró hondo y
                escupió una gran flema verde a la cara sudorosa y ensangrentada de Eddie-. No
                lo comas todo de una vez, si no quieres -dijo Patrick, esbozando su sonrisa
                inquietante . Deja un poco para después.
                   Giró lentamente y huyó también.
                   Eddie trató de limpiarse la flema con el brazo sano, pero hasta ese pequeño
                movimiento volvió a encender el dolor.
                   "Cuando saliste hacia la farmacia no habrías imaginado que terminarías en la
                avenida Costello, con un brazo roto y los mocos de Patrick Hockstetter corriéndote
                por la cara, ¿verdad? Ni siquiera pudiste tomarte la Pepsi. La vida está llena de
                sorpresas, ¿verdad?"
                   Incongruentemente, volvió a reír. Fue una risa débil, que le provocó dolor en el
                brazo, pero le hizo bien. Y notó algo más: no tenía asma. Su respiración era
                perfecta, al menos de momento. Menos mal, porque jamás habría podido sacar su
                inhalador, aunque lo intentara mil años.
                   La sirena ya estaba muy cerca; aullaba y aullaba Eddie cerró los ojos y vio rojo
                bajo los párpados. Luego el rojo se convirtió en negro, una sombra había caído
                sobre él. Era el niño del triciclo.
                   --¿Estás bien? -preguntó el niño.
                   --¿Te parece que estoy bien?
                   --No, me parece que estás jodido -dijo el niño.
                   Y se alejó pedaleando. Cantaba algo sobre un granjero.
                   Eddie empezó a reír como un tonto. Ya estaba allí el coche de policía; le llegó el
                chirriar de sus frenos. Se descubrió alentando la vaga esperanza de que viniera
                con el señor Nell, aunque sabía que el señor Nell no era de la patrulla.
                   "¿De qué demonios te ríes?"
                   No lo sabía. Tampoco sabía por qué, en medio de tanto dolor, sentía un alivio
                tan intenso. Tal vez porque aún estaba vivo, sin haber sufrido más que la fractura
                de un brazo, porque aún quedaban trozos para recoger. Se conformó con eso.
                Pero años más tarde, sentado en la biblioteca de Derry, con un vaso de ginebra y
                zumo de ciruelas ante él, a mano el inhalador, dijo a los otros que en su alivio
                había algo más: había tenido edad suficiente para sentir ese algo más pero no
                para definirlo.
                   "Creo que fue el primer dolor verdadero de mi vida -diría a los otros-. Y no se
                pareció en nada a lo que yo suponía. No acabó conmigo como persona. Creo...
                que me dio una base de comparación. Descubrí que se podía existir dentro del
                dolor, a pesar del dolor."
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