Page 540 - Microsoft Word - King, Stephen - IT _Eso_.DOC.doc
P. 540
Detrás de él creyó percibir la presencia del señor Keene, de pie en la puerta de
su despacho, observando su poco garbosa retirada sobre el mostrador de los
medicamentos: delgado, pulcro, pensativo y sonriente. Sonriente con esa seca
sonrisa de desierto.
Se detuvo en la triple esquina de Kansas, Main y Center, para tomar otra
bocanada de su inhalador, sentado en el muro bajo, junto a la parada del autobús;
ya tenía la garganta completamente embarrada por ese gusto medicinal
("sólo, agua con un poco de alcanfor")
y pensó que, si se veía obligado a usarlo, más, vomitaría.
Lo guardó en su bolsillo y se dedicó a contemplar el tráfico que subía por Main y
Hill. Trató de no pensar. El sol le pegaba en la cabeza caliente y cegador. Cada
coche que pasaba le arrojaba dardos de reflejo a los ojos; en las sienes nacía un
dolor de cabeza. No podía encontrar el modo de seguir enfadado con el señor
Keene, pero no le costó en absoluto sentir mucha pena por Eddie kaspbrak. Se
sentía realmente apenado por Eddie Kaspbrak Probablemente Bill Dembrough no
perdía tiempo sintiendo pena por sí mismo pero Eddie no podía remediarlo.
Por encima de todos, quería hacer exactamente lo que le había sugerido el
señor Keene: bajar a Los Barrens y contar todo a sus amigos para ver qué decían,
para ver qué respuestas tenían. Pero no podía hacer eso. Su madre lo esperaba
en casa.
("tu mente... o tu madre").
Y si no llegaba a tiempo
("tu madre ha decidido que estás enfermo")
habría problemas. Ella daría por sentado que había estado con Bill, Richie o
"ese chico judío", como llama a Stan (insistiendo en que no tenía prejuicios, pero
"había que poner las cartas sobre la mesa", frase que utilizaba para referirse a la
verdad en situaciones difíciles). De pie en esa esquina, mientras intentaba
desesperadamente ordenar sus desmandados pensamientos, Eddie adivinó lo que
ella diría si llegaba a enterarse de que otro de sus amigos era negro y de que en
grupo había una chica, una chica a la que le estaban creciendo los pechos.
Echó a andar lentamente hacia Up-Mile Hill detestando la perspectiva de subir
esa cuesta con semejante calor. Probablemente se podría freír un huevo en la
acera. Por primera vez sintió ganas de que empezasen las clases, de iniciar un
nuevo curso, de entenderse con las peculiaridades de otra maestra. De que
terminara ese verano espantoso.
Se detuvo a mitad de la cuesta, no lejos del sitio donde Bill Denbrough
redescubría a "Silver", su bicicleta, veintisiete años después, y sacó su inhalador
del bolsillo. "Hidrox Pulverizador -rezaba la etiqueta-. Adminístrese a discreción."
Algo más encajó en su sitio. "Adminístrese a discreción". Aunque era sólo un
niño que ni siquiera sabía limpiarse el culo (eso decía su madre, cuando ponía las
cartas sobre la mesa), hasta un chico de once años sabía que un medicamento de
verdad no se "administra a discreción". Los medicamentos de verdad pueden
matar si uno los consume como le viene en gana. Probablemente hasta la aspirina
podía matar si se consumía de ese modo.
Miró fijamente el inhalador sin prestar atención a la anciana que lo miraba con
curiosidad mientras bajaba la cuesta rumbo a Main Street. Se sentía traicionado y
por un momento estuvo a punto de arrojar el frasco de plástico a la alcantarilla.