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ingredientes activos. También podemos decir que es una medicina de un tipo muy
especial. Para la cabeza. -El farmacéutico sonrió-. ¿Lo comprendes, Eddie?
Medicina "para la cabeza".
Eddie lo comprendía perfectamente. El señor Keene le estaba diciendo que
estaba loco. Pero, respondió, con los labios entumecidos.
--No, no lo comprendo.
--Deja que te cuente una pequeña anécdota -dijo el señor Keene-. En 1954 se
hicieron en la Universidad de DePaul una serie de pruebas en enfermos de úlcera.
A cien enfermos de úlcera se les dio píldoras supuestamente para curarle las
úlceras; en realidad, cincuenta de esas personas tomaron placebos. Eran pastillas
de azúcar con una cobertura rosa. -El señor Keene emitió una risita extraña,
aguda, la de quien describe una travesura y no un experimento-. De esos cien
pacientes, noventa y tres dijeron experimentar una gran mejoría. Y ochenta y uno
mejoraron de verdad. ?Qué te parece, Eddie¿ ¿Qué conclusión sacas de ese
experimento?
--No lo sé -musitó Eddie débilmente.
El señor Keene se dio solemnes golpecitos en la cabeza.
--Lo que pienso es que casi todas las enfermedades empiezan por aquí. Hace
muchísimo tiempo que trabajo en esto; conozco los placebos desde muchos años
antes que los médicos de la Universidad de DePaul hicieran ese estudio.
Habitualmente son los viejos los que terminan tomando placebos. Los viejos o las
viejas van al médico, convencidos de que están enfermos del corazón, de cáncer,
de diabetes o cosas así. Pero en muchísimos casos no es cierto. No se sienten
bien porque son viejos, nada más. ¿Y qué hace el médico? ¿Puede decirles que
son como relojes con los engranajes gastados? ¡Ja! No, a los médicos les gusta
cobrar por el trabajo.
Su cara lucía una expresión mezcla de sonrisa mueca burlona. Eddie esperaba
que todo eso terminara, de una vez. En la cabeza seguían resonándole unas
palabras: "No has tomado, ningún medicamento."
--Los médicos no les dicen eso. Y yo tampoco, ¿Para qué? A veces, algún viejo
se deja caer por aquí, con una receta que dice, directamente: "Placebo o 25
gramos de cielo azul"; así lo llamaba el viejo doctor Pearson.
El señor Keene se rió. Luego bebió un sorbo de su batido.
--Bueno, ¿qué hay de malo en eso? -preguntó. Como el chico guardó silencio, él
mismo dio la respuesta- ¡Nada de malo! ¡Nada! Al menos... en la mayoría de los
casos.
>Los placebos son una bendición para los ancianos. Y hay otros casos:
enfermos de cáncer, de afecciones cardiacas degenerativas, de enfermedades
terribles que aún no comprendemos. ¡Algunos son chicos como tú, Eddie! En esos
casos, si un placebo hace que el paciente se sienta mejor, ¿qué tiene de malo?
¿Le ves algo de malo, Eddie?
--No, señor -dijo Eddie.
Y clavó la vista en la salpicadura de batido, crema batida y vidrios rotos. En
medio estaba la cereza confitada como un testigo acusador en la escena del
crimen. Con sólo mirar ese desastre se le volvía a oprimir el pecho.
--¡Entonces somos como Floreal y Pascual, pensamos igual! Hace cinco años,
cuando Vernon Maitland tuvo cáncer de esófago (un cáncer muy doloroso) y a los