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--Espera un minuto -dijo el farmacéutico-. Presta atención, Eddie, quiero
ayudarte. Es hora de que alguien lo haga. Si Russ Handor no tiene suficiente
valor, tendré que hacerlo yo. Tu pulmón es como este globo, pero está rodeado
por una cobertura de músculos. Estos músculos son como los brazos de un
hombre que hace funcionar un fuelle, ¿comprendes? Cuando una persona está
sana, esos músculos ayudan a los pulmones a expandirse y contraerse con
facilidad. Pero si el dueño de esos pulmones sanos está siempre rígido y nervioso,
los músculos comienzan a trabajar en contra de los pulmones, en vez de hacerlo a
favor de ellos. ¡Mira!
El señor Keene rodeó el globo con una mano huesuda y pecosa. Oprimió, y el
globo se abultó junto a sus dedos. Eddie hizo una mueca, preparándose para el
estallido, y contuvo la respiración. Se inclinó sobre el escritorio y alargó la mano
hacia el inhalador. Su hombro tiró la copa de batido, que se estrelló contra el
suelo.
Eddie apenas oyó el ruido. Estaba dando manotazos al inhalador, metiéndoselo
en la boca, apretando el gatillo. Aspiró una sola vez, desgarrante, mientras sus
pensamientos se convertían, como siempre, en una carrera de ratas: "Por favor,
mamá, me estoy ahogando, no puedo respirar, oh Dios, no puedo respirar, no
quiero morir, por favor, por favor..."
La niebla del inhalador se condensó en las paredes de su garganta. Entonces
pudo volver a respirar.
--Lo siento mucho -dijo, casi llorando-. Puedo limpiar y pagar la copa... pero no
se lo diga a mi madre, por favor. Perdone, señor Keene, pero no podía respirar...
Otra vez el doble golpecito a la puerta. Ruby asomó la cabeza.
--¿Algún proble...?
--Todo está bien -dijo el señor Keene ásperamente-. Vete.
--Bueno, disculpe -dijo Ruby, poniendo los ojos en blanco antes de cerrar la
puerta.
A Eddie comenzaba a silbarle otra vez la respiración. Inhaló otra bocanada de la
medicina y trató de disculparse otra vez. Sólo se interrumpió cuando notó que el
farmacéutico le sonreía... con aquella peculiar sonrisa seca. Tenía las manos
entrecruzadas contra el abdomen. El globo yacía sobre el escritorio. Eddie tuvo
una idea; trató de reprimirla, pero, no pudo. Por la expresión de aquel hombre se
habría dicho que el ataque de asma le había sabido mejor que el batido.
--No te preocupes -dijo-. Ruby limpiará eso. Y si quieres que te sea sincero, me
alegro de que hayas roto esa copa. Porque yo prometo no decir a tu madre que la
rompiste, si tú me prometes no decirle nada sobre esta pequeña conversación.
--Oh, sí, lo prometo -se apresuró a decir Eddie.
--Muy bien, de acuerdo. Ya te sientes mejor. ¿verdad?
Eddie asintió.
--¿Por qué?
--¿Por qué? Bueno, porque... he tomado mi medicina.
Miró al hombre tal como miraba a la maestra, después de dar una respuesta de
la que no se sentía muy seguro.
--Pero no tomaste ningún medicamento -dijo el señor Keene-. Lo que tomaste es
un placebo. El placebo, Eddie, es algo que parece medicina y tiene gusto a
medicina, pero no es medicina. El placebo no es un medicamento porque no tiene