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médicos se les acabó todo lo que podían darle para el dolor, yo fui al hospital con
                un frasco de píldoras de azúcar. Era un amigo muy querido, ¿sabes? Y le dije:
                "Mira, Vernon, estas píldoras son calmantes que están en la fase experimental. El
                médico no sabe que te las he traído, así que no digas nada. Quizá no dan
                resultado, pero yo creo que sí. Toma sólo una al día y sólo si el dolor es muy
                agudo." Él me las agradeció con lágrimas en los ojos. De veras, Eddie. ¡Y dieron
                resultado! ¡Sí! Eran sólo píldoras de azúcar, pero le calmaron el dolor... porque el
                dolor está aquí.
                   Y el farmacéutico, solemne, se dio otras palmaditas la cabeza.
                   --Mi medicamento hace efecto -dijo Eddie.
                   --Lo sé -dijo el señor Keene, con una sonrisa de adulto complaciente-. Te alivia
                el pecho porque te alivia la cabeza. El Hydrox, Eddie, es agua con una pizca de
                alcanfor para darle gusto a medicina.
                   --No -dijo Eddie. Su pecho volvía a silbar.
                   El señor Keene recogió con la cuchara parte del helado semiderretido, se lo llevó
                a la boca y se limpió la barbilla con el pañuelo mientras Eddie volvía a usar el
                inhalador.
                   --Tengo que irme -dijo el chico.
                   --Espera a que termine, por favor.
                   --¡No! Me quiero ir. Ya ha cobrado. Ahora me quiero ir.
                   --Espera a que termine -indicó el señor Keene, tan autoritario que Eddie volvió a
                sentarse.
                   A veces los adultos eran odiosos con todo su poder. Muy odiosos.
                   --Parte del problema consiste en que tu médico, Russ Handor, es débil. Y parte
                del problema es que tu madre ha decidido que estás enfermo. Tú, Eddie, estás
                atrapado en medio.
                   --No estoy loco -susurró Eddie.
                   La silla del señor Keene chirrió como un grillo monstruoso.
                   --¿Qué?
                   --¡Digo que no estoy loco! -gritó Eddie. Inmediatamente le subió a la cara un
                rubor angustiado.
                   El señor Keene sonrió "Piensa lo que quieras -decía esa sonrisa-. Piensa lo que
                quieras, que yo tengo mi propia opinión."
                   --Lo que estoy diciendo, Eddie, es que no estás físicamente enfermo. Tus
                pulmones no tienen asma. Es tu mente la que está enferma de asma.
                   --Lo que usted quiere decir es que estoy loco.
                   El señor Keene se inclinó hacia delante, mirándolo con intensidad por encima de
                sus manos cruzadas.
                   --No sé -dijo con suavidad-. ¿Estás loco o no?
                   --¡Es mentira! -exclamó Eddie, sorprendido de que las palabras le surgieran del
                pecho con tanta fuerza. Pensaba Bill, en cómo reaccionaría Bill ante semejantes
                acusaciones. Bill sabría qué decir, con tartamudez o no. Bill sabía ser valiente-.
                ¡Todo eso es mentira! ¡Tengo asma, claro que sí!
                   --Sí -dijo el señor Keene. Su sonrisa seca se había convertido en una extraña
                sonrisa de esqueleto-. Pero ¿De dónde la has sacado, Eddie?
                   La mente de Eddie daba vueltas y vueltas. Se sentía enfermo, sí, muy enfermo.
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