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lo rodearon desde unos tres metros de distancia; Henry, algo más adelante,
                sonreía.
                   Algo más atrás, a su izquierda, estaba Patrick Hockstetter, un chico realmente
                escalofriante. Eddie no lo había visto en compañía de nadie antes de aquel día.
                Era un poco gordo; la barriga le colgaba un poco sobre el cinturón, que tenía una
                gran hebilla metálica. Su cara, perfectamente redonda, parecía siempre pálida,
                pero en ese momento estaba algo quemada por el sol. La quemadura se
                acentuaba en la nariz, que se le estaba pelando, pero se alargaba hacia fuera
                sobre las mejillas, como alas. En la escuela, a Patrick le gustaba matar moscas
                con su regla de plástico verde; después las ponía en la caja de los lápices. A
                veces enseñaba su colección de moscas a algún chico nuevo, en los recreos.
                Nunca hablaba cuando enseñaba sus moscas muertas, fuese cual fuese el
                comentario del chico nuevo. Y en ese momento su cara tenía la misma expresión.
                   --¿Cómo te va, "Tirapiedras"? -preguntó Henry, cruzando la distancia que los
                separaba-. ¿Has traído con qué tirar?
                   --Déjame en paz -dijo Eddie con voz temblorosa.
                   --Déjame en paz -le imitó Henry, agitando las manos en un simulacro de terror.
                Victor soltó la risa-. ¿Y si no te dejo, "Tirapiedras"?
                   Su mano salió disparada y golpeó violentamente la mejilla de Eddie. La cabeza
                del chico se inclinó hacia atrás. El ojo izquierdo empezó a lagrimearle.
                   --Dentro están mis amigos -dijo.
                   --Dentro están mis amigos -se burló Patrick Hockstetter-. ¡Oooh! ¡Oooh!
                   Y comenzó a describir un círculo hacia la derecha de Eddie.
                   El chico quiso volverse, pero la mano de Henry voló otra vez, golpeándole la otra
                mejilla.
                   "No llores -se dijo-, eso es lo que ellos quieren. No lo hagas, Eddie. Bill no
                lloraría. No llores tú tamp..."
                   Victor dio un paso adelante y le dio un empujón en el pecho. El niño dio un paso
                atrás y cayó despatarrado sobre Patrick, que se había agazapado detrás de sus
                pies. Cayó sordamente a la grava raspándose los brazos. Se oyó un ¡guffff!: el
                aliento acababa de escapársele.
                   Un momento después tenía a Henry Bowers encima, inmovilizándole los brazos
                con las rodillas y el cuerpo con el trasero.
                   --¿Tienes con qué tirar, "Tirapiedras"? -le espetó.
                   Eddie se asustó más ante el brillo demencial que le vio en los ojos que por el
                dolor de los brazos o la imposibilidad de respirar. Henry estaba chiflado. A muy
                poca distancia, Patrick reía entre dientes.
                   --¿Quieres tirar piedras? ¡Aquí tienes piedras! ¡Toma!
                   Henry recogió un puñado de grava y se la plantó en la cara, frotándosela en la
                piel, dañándole las mejillas, los párpados, los labios. El chico abrió la boca y gritó
                a todo pulmón:
                   --¿Quieres piedras? Pues toma. ¡Toma piedras, "Tirapiedras"! ¿Quieres más?
                ¡Adelante!
                   La grava se le metía en la boca, lacerándole las encías, rechinando contra sus
                dientes. Sintió saltar chispas de sus empastes. Gritó otra vez y escupió grava.
                   --¿Quieres más piedras? ¿Otro poquito? ¿Qué te parece...?
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