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delante. Eddie trató de desviarse, pero a la velocidad que llevaba habría hecho
mejor tratando de saltar por sobre la criatura. (El niño se llamaba Richard Cowan;
ya adulto y casado, engendraría a un niño bautizado Frederick Cowan que moriría
ahogado en un inodoro y parcialmente comido por algo que surgiría del artefacto,
en forma de humo negro, para tomar una forma inconcebible.)
Uno de los pies de Eddie quedó atrapado en el soporte posterior del triciclo,
Richard Cowan apenas se balanceó, pero Eddie salió volando. Cayó contra la
acera, resbalando tres metros y despellejándose codos y rodillas. Mientras
intentaba levantarse, Henry Bowers cayó sobre él aplastándolo contra el suelo. La
nariz del chico sufrió un breve encontronazo con el cemento. Voló sangre.
Henry giró de costado, como un paracaidista y en un segundo estuvo en pie.
Tomó a Eddie por la nuca y la muñeca derecha. Su aliento, resonante en la nariz
hinchada y cubierta de vendas, era cálido, húmedo.
-¿Quieres piedras, "Tirapiedras"? ¡Claro, joder! -Dio un tirón a la muñeca de
Eddie, retorciéndosela a la espalda, y el chico emitió un chillido-. Piedras para el
"Tirapiedras", sí. -Y le retorció la muñeca un poco más.
Eddie aulló. Detrás de él estaban acercándose los otros. También oyó que el
niño del triciclo empezaba a llorar. "Ya somos dos, pequeño", pensó. Y a pesar del
dolor, a pesar de las lágrimas y el miedo, rebuznó de risa.
--¿Te resulta divertido? -preguntó Henry, súbitamente desconcertado-. ¿Esto te
resulta divertido?
¿Era posible que su voz revelara un matiz de miedo? Años más tarde, Eddie se
diría que sí, que Henry había hablado como si estuviese asustado.
Eddie intentó zafar la muñeca de entre las manos de Henry. Estaba húmeda de
sudor y hubiese podido soltarse. Tal vez por eso Henry la retorció con más fuerza.
Eddie oyó un crujido en su brazo, como el de una rama de invierno que cediese
bajo el hielo acumulado. El dolor que nació en ese brazo fracturado fue gris y
enorme. Chilló, pero el sonido le pareció lejano. El mundo estaba perdiendo color.
Cuando Henry lo soltó, dándole un empujón, tuvo la sensación de caer flotando.
Le llevó bastante tiempo llegar a la acera. Tuvo oportunidad de echar una buena
mirada a cada una de las grietas, de admirar el modo en que el sol brillaba, de
reparar en los restos de una viejísima rayuela dibujada con tiza rosada. Por un
instante cambió de forma y se pareció a una tortuga.
En ese momento podría haberse desmayado, pero cayó sobre el brazo
fracturado y el nuevo dolor fue agudo, brillante, caliente, terrible. Sintió que los
extremos astillados de los huesos rechinaban entre sí. Se mordió la lengua,
sacándose sangre otra vez. Rodó hasta quedar de espaldas y vio que Henry,
Victor, Moose y Patrick estaban de pie ante él. Parecían excesivamente altos,
como deudos que miraran el interior de una sepultura.
--¿Te ha gustado, "Tirapiedras"? -preguntó Henry. Su voz llegaba desde lejos,
flotando entre nubes de dolor-. ¿Te va la marcha, Tirapiedras? ¿Te ha gustado mi
trabajito?
Patrick Hockstetter rió.
--Tu padre está loco -se oyó decir Eddie-. Y tú también.
La sonrisa de Henry se borró instantáneamente. Levantó el pie para asestar una
patada y en ese momento sonó una sirena en la tarde calurosa, callada. Henry se
detuvo. Victor y Moose miraron alrededor, inquietos.