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Eddie giró débilmente la cabeza a la derecha y vio grandes neumáticos
                Firestone, tapacubos cromados y luces azules que palpitaban. Oyó entonces la
                voz del señor Nell, densamente irlandesa, increíblemente irlandesa. Se parecía
                más a la voz de policía irlandés que a la voz del verdadero señor Nell... pero tal
                vez era efecto de la distancia.
                   --¡Jesús, María y José! ¡Es el chico Kaspbrak!
                   En ese momento, Eddie se alejó flotando.




                   4.

                   Y, con una sola excepción, se quedó lejos por largo rato.
                   En la ambulancia tuvo un breve período de conciencia. Vio al señor Nell sentado
                frente a él, tomando un trago de su botellita parda, mientras leía una novela barata
                llamada "Yo, jurado". La chica de la portada tenía los pechos más grandes que
                Eddie hubiese visto en su vida.
                   Sus ojos se desviaron hacia el conductor. El hombre lo miró de reojo, con una
                gran sonrisa libidinosa; sus ojos brillaban como monedas nuevas. Era Pennywise.
                   --Señor Nell -susurró Eddie.
                   El policía levantó la vista con una sonrisa.
                   --¿Cómo te sientes, hijo?
                   --... chófer... chófer...
                   --Sí, llegaremos enseguida -dijo el señor Nell y le entregó la botellita parda-.
                Prueba esto. Te sentirás mejor.
                   Eddie bebió; aquello sabía a fuego líquido. Tosió y eso le hizo doler el brazo.
                Miró hacia adelante y vio otra vez al chófer. Era sólo un tipo cualquiera, con el pelo
                cortado a lo militar. No era el payaso.
                   Volvió a desmayarse.
                   Mucho después despertó en la sala de urgencias. Una enfermera le limpiaba la
                sangre, el polvo, la flema y la grava con un paño frío. Ardía, pero también era
                maravilloso. Oyó que su madre lanzaba exclamaciones fuera. Trató de decir a la
                enfermera que no la dejara entrar, pero no pudo pronunciar palabra.
                   --¡Si está muriendo quiero saberlo! -aullaba su madre-. ¿Me oye? Tengo
                derecho a saberlo y tengo derecho a verlo. ¡Puedo entablarle juicio a este hospital!
                ¡Conozco muchos abogados! ¡Entre mis mejores amigos hay más de un abogado!
                   --No trates de hablar -dijo la enfermera a Eddie.
                   Era joven y él sintió que sus pechos le apretaban el brazo. Por un momento tuvo
                la absurda idea de que la enfermera era Beverly Marsh. Después volvió a perder
                la conciencia.
                   Cuando la recobró, su madre estaba en la habitación, hablando con el doctor
                Handor. Sonia Kaspbrak era una mujer enorme. Sus piernas parecían troncos,
                pero troncos suaves. Estaba muy pálida, salvo las fogosas manchas del
                maquillaje.
                   --Mamá... -balbuceó Eddie-, estoy bien...
                   --¡No es cierto, no es cierto! -gimió la señora Kaspbrak, retorciéndose las manos.
                   Eddie oyó crujir sus nudillos. Empezó a inquietarse al verla en ese estado.
                ¡Cómo la había hecho sufrir esa última aventura suya! Quiso decirle que se lo
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