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--Ven, Eddie -dijo una voz-, puedes caminar.
Y descubrió que podía. Lo acostaron entre sábanas frescas y bien planchadas.
La voz le dijo que, por la noche, tendría dolores, pero que no debía pedir
calmantes a menos que fueran muy fuertes. Eddie preguntó si podía tomar un
poco de agua. Se la trajeron. Estaba fresca y le hizo bien. La bebió toda.
Por la noche tuvo dolores bastante fuertes. Despierto en la cama, sostenía el
timbre en la mano izquierda, pero sin apretarlo. Fuera había una tormenta
eléctrica; cuando se encendían los relámpagos blanco azulados él apartaba la
cara de la ventana, temeroso de ver un monstruo cuya cara sonriente se grabase
en el cielo, en ese fuego eléctrico.
Por fin pudo conciliar el sueño. Y al dormir soñó con Bill, Ben, Richie, Stan, Mike
y Bev, sus amigos, que llegaban al hospital en bicicleta (Bill llevaba a Richie en
"Silver"). Le sorprendió ver que Beverly lucía un hermoso vestido verde, del color
del Caribe en las fotos de "National Geographic". No recordaba haberla visto
nunca con vestido: sólo con vaqueros, pantalones con estribo y conjuntos para la
escuela compuestos de faldas y blusas; las blusas solían ser blancas y de cuello
redondo; las faldas, pardas, tableadas y largas hasta la mitad de la pantorrilla,
para que no se le viesen las rodillas rasguñadas.
En su sueño los vio llegar en horario de visita, a las dos de la tarde. Su madre,
que estaba esperando con paciencia desde las once, les gritaba tan fuerte que
todos se volvían a mirarla.
"¡Si tenéis idea de entrar allí, estáis muy equivocados!", la oyó gritar. Y el
payaso, que había estado sentado todo ese tiempo en la sala de espera, pero en
un rincón, con una revista frente a la cara, se levantó de un salto y fingió que
aplaudía, palmoteando rápidamente con las manos enguantadas de blanco. Dio
una voltereta, bailó e hizo un giro sobre las manos, mientras la señora Kaspbrak
desataba su cólera contra los Perdedores y ellos se iban ocultando, uno a uno,
detrás de Bill. Bill se limitaba a mantenerse erguido, pálido, aunque exteriormente
tranquilo, con las manos bien escondidas en los bolsillos del vaquero tal vez para
que nadie, ni siquiera el propio Bill, pudiera ver si temblaban... Nadie vio al
payaso, salvo Eddie... aunque un bebé, que dormía apaciblemente en brazos de
su madre, despertó con un llanto audible.
"¡Bastante daño habéis hecho ya! -vociferó la madre de Eddie-. ¡Yo sé quiénes
fueron esos chicos! Tienen problemas en la escuela y hasta con la policía. El
hecho de que esos chicos estén enemistados con vosotros no es motivo para que
se ensañen con Eddie. Se lo he dicho y él está de acuerdo. Me encargó que os
dijese que os marchéis, que ha terminado con vosotros y no quiere veros nunca
más. ¡No quiere saber nada más de esa supuesta amistad! ¡Con ninguno de
vosotros! Ya sabía yo que lo meteríais en problemas, y aquí están los resultados:
¡mi Eddie en el hospital! Un chico tan delicado como él..."
El payaso dio otra vuelta en el aire, saltó y se irguió sobre las manos. Su sonrisa
era bastante auténtica y en su sueño Eddie comprendió que eso era lo que el muy
bastardo buscaba: una buena cuña para meter entre ellos, para separarlos y
aniquilar cualquier posibilidad de acción concertada. En una especie de sucio
éxtasis, dio un doble salto mortal y besó burlonamente la mejilla de la madre.
"E-e-esos chi-chicos que le hic ... ", comenzó Bill.