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Eddie se humedece los labios. Querría ir en busca del inhalador, pero no se
                atreve. ¿Quién sabe que puede contener ahora?
                   Piensa en ese día, el 20 de julio, el calor que hacia, el cheque que le había dado
                su madre firmado en blanco y el dólar correspondiente a su asignación.
                   --El señor Keene -dice y su voz suena lejana a sus propios oídos, carente de
                potencia-. Fue el señor Keene.
                   --No se puede decir que fuese el hombre más simpático de Derry -dice Mike.
                   Pero Eddie, perdido en sus pensamientos, apenas lo oye.
                   Sí, ese día hacía calor, pero el interior de la farmacia estaba fresco. Los
                ventiladores de madera giraban lentamente bajo el cielo raso; había un
                reconfortante olor a medicamentos y preparados. Ése era el sitio donde se vendía
                salud; ésa era la convicción de su madre, jamás formulada, pero transmitida con
                claridad. Con su reloj biológico puesto a las once y media, Eddie no sospechaba
                que ella pudiera equivocarse en eso ni en ninguna otra cosa.
                   "Bueno, pero el señor Keene acabó con eso", piensa ahora, con una especie de
                dulce enfado.
                   Recuerda haberse detenido ante las historietas haciendo girar lentamente el
                exbibidor por si había números nuevos de Batman, Superboy o El Hombre de
                Plástico, sus favoritos. Ha entregado la lista de su madre y el cheque al señor
                Keene (ella lo envía a la farmacia como otras madres mandan a sus hijos al
                supermercado). El farmacéutico se encargará de preparar el paquete y escribir la
                cantidad en el cheque dando el recibo a Eddie para que ella pueda deducir la
                suma de su saldo bancario. Para Eddie, todo eso es rutina. Tres medicamentos
                diferentes para su madre más un frasco de Geritor porque, según le ha dicho ella,
                misteriosamente, "contiene hierro, Eddie, y las mujeres necesitamos más hierro
                que los hombres". También hay vitaminas para él, un frasco de elixir para niños
                del doctor Swett.. y, por supuesto, su medicina para el asma.
                   Siempre es lo mismo. Más tarde se detendrá en el mercado de la avenida
                Costello, con su dólar, para comprar dos chupa-chups y una Pepsi. Chupará los
                chupa-chups, tomará el refresco y hará resonar el cambio en el bolsillo a lo largo
                de todo el trayecto de regreso a casa. Pero, ese día fue diferente; ese día terminó
                con él en el hospital, lo cual era muy diferente, sí. Pero comenzó de modo
                diferente, cuando el señor Keene lo llamó. Porque, en vez de entregarle la bolsa
                blanca llena de medicamentos y el recibo, indicándole que guardase el papel en su
                bolsillo para no perderlo, el señor Keene lo mira, pensativo, y dice:
                   --Ven




                   2.

                   a la oficina por un minuto, Eddie. Quiero hablar contigo.
                   Eddie lo miró por un instante, parpadeando, algo asustado. Por la cabeza le
                cruzó la idea de que el señor Keene podía creer que él había robado algo. Junto a
                la puerta había un letrero que él siempre leía al entrar. Estaba escrito en
                acusadoras letras negras, tan grandes que hasta, Richie Tozier podría leerlas sin
                gafas: "Robar en una tienda no es aventura ni una travesura. Es un delito
                perseguido por la justicia".
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