Page 133 - Querido cerebro, ¿qué coño quieres de mí?
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Obviamente cuando tenemos treinta y siete años ya no podemos
culpar a nuestros padres de cómo somos, pero esas influencias están
ahí y sin ser nosotros conscientes de ellas, no las podemos cambiar.
En este punto le haríamos ver a César que su gestión de errores tiene
como origen la gestión de errores de su mamá, y le explicaríamos que
fallar es lo que nos hace humanos y lo que permite que aprendamos en
la vida. Las cosas no suelen salir bien a la primera, y para que nos
salgan bien tenemos que equivocarnos mucho. Aprender a ver los
errores como un trámite por el que hay que pasar en el camino, en lugar
de como algo horrible que merece ser castigado, puede ayudar a César
a dejar de machacarse cuando se equivoca. Además, le mostraríamos
herramientas para ser amable consigo mismo cuando sienta que se ha
equivocado.
Mala relación con la culpa
La culpa no quiere que te machaques, quiere que repares un
daño y sigas con tu vida.
La culpa es como una hostia en la cara que sentimos cuando creemos
que la hemos cagado y nos motiva a reparar el daño que sentimos que
hemos hecho.
La culpa es un sentimiento que nos ayuda a ser coherentes con
nuestros valores y a relacionarnos con otras personas. El ser humano es
un ser sociable y una de nuestras necesidades básicas es conectar con
otros seres humanos, por lo que la culpa puede ser muy útil. Cuando
esta funciona «bien» —es decir, cumple su cometido y se va— puede
ayudarnos a que aprendamos de nuestros errores y a que nos demos