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                                             N U E V O S   N A R R A D O R E S










                     deseos y desataran su adolescencia. Lo más triste de venderla fue dejar de ver a los em-
                     pleados, sobre todo a María. Ella había trabajado en esas tierras por más de cuarenta
                     años. Tuvo quince hijos; diez mujeres y cinco hombres. Siempre estaba pariendo por
                     ahí, justo afuera de la hacienda en la lomita de Pusuquí. Yo nunca lo vi, pero decían
                     que se ponía en cuclillas, se tomaba el agua de sapote y los hijos le salían como jabón.

                        La de la foto podía ser una de las hijas. Pero no, no creo. No se parecía a ella. María
                     tenía agallas, eso se notaba. Ésta era tan inocente, estaba como perdida, como si hu-
                     biese pertenecido a otra hacienda y no a ésa. Es increíble cómo la gente que trabaja en
                     la tierra parece ser una extensión de la misma, como si fueran otra rama de uno de los
                     tantos árboles, o parte de las hojas, o una de las piedritas de los lagos. Inclusive se los
                     siente en la hierba, el color de su piel se empieza a parecer al suelo sudado.

                        Definitivamente ella venía de otra hacienda. Pero, ¿qué hacía allí?, tan desubicada
                     y sola. De no ser por Ignacio detrás, con cara retozona, se la vería abandonada, un
                     ser totalmente aislado y con esos ojos de perro. Realmente no recuerdo haberla visto
                     nunca. Y fui bastantes veces a la hacienda.
                        Su panza era enorme. Imaginé que justo después de la foto se puso a dar a luz ahí
                     mismo, al lado de Ignacio, quien ni si quiera estuvo cuando yo di a luz a nuestros hi-
                     jos. Decidí que le iba a preguntar si él se acordaba de quién era esa mujer, pero Nacho
                     es tan distraído, probablemente ni notó que dejó esa foto en el libro de las cuentas de
                     la casa. Hay gente que ni piensa en lo que hace cuando anda por la vida. Ni si quiera
                     pensó en que yo me la encontraría, en que me preguntaría quién era esa mujer, en que
                     mil ideas cruzarían por mi cabeza. Él nunca piensa en nada.

                        Resolví que sería mejor guardar la foto de vuelta en el libro de cuentas. Quién sabe,
                     quizá por una vez en su vida Nacho la puso ahí a propósito. Me querría enviar un
                     mensaje, nosotros nunca hablamos las cosas de manera clara y directa.

                            La mujer, no sé, no se me ocurre quién podrá ser. Seguro sólo buscaba una
                     loma para ponerse en cuclillas y parir, pero antes, se vio sorprendida por la foto.
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