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N A R R A D O R E S E X T R A N J E R O S
POLONA GLAVAN
AntOn
TraducCIÓN de Mara Črnak Sánchez.
Cuando Anton no aparece por algunos días seguidos, significa que tiene proble-
mas con la presión. Dice que tiene que estar acostado, se levanta únicamente a buscar
el agua para tomar las pastillas. Lo hace con cuidado, para no marearse.
–Pero Anton –le digo–, ¿y si te pasa algo?
Está sentado a la mesa en la silla que da a la ventana y revuelve el té.
–Ya ves, a fin de cuentas, estoy bien de nuevo.
–¿Por qué no me llamas nunca? Sabes que vendría.
Anton se rasca por encima de la oreja, apenas debajo del borde de la calva.
–Cuando me ataca la presión, soy insoportable. Por ahí lo tomarías a mal.
Se ríe con voz áspera, ronca.
–Vamos –le digo–, seguro que entendería.
Anton prueba un poco de té. El té está caliente, le tiemblan los labios. Con cuidado
vuelve a colocar la taza sobre la mesa, junto al mantelito bordado de rosas. Ya le dije
mil veces que el mantelito está para ponerle la taza encima. En cada ocasión Anton me
responde que le parece que es una lástima usarlo. Suavemente lo aparta para que no se
ensucie. Se lo repito de nuevo, siempre. Por enésima vez.
–No me gustaría quedar mal contigo, Fani –dice Anton.
Hace casi tres años que nos conocemos. Bueno, ya lo conocía antes, de vista. A
su esposa también. Se mudaron al edificio unos años después que nosotros, ya no re-
cuerdo exactamente cuándo; el matrimonio y los hijos, dos varones. Solíamos encon-
trarnos en las escaleras. Simplemente intercambiábamos algún ademán con la cabeza.
Después de la muerte de su esposa tardamos mucho en hablarnos. Cierto día comen-
zamos. Tenemos aproximadamente la misma edad, estamos solos casi el mismo tiem-
po. Resultaría raro si no tuviéramos nada en común.
–¿Y si te ocurre algo? –le digo.