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que tenía el perro no era de vaca, ni de oveja, ni de chancho, era un hueso

demasiado largo y fino. No, qué va a ser. Era un hueso humano, Norma.

Me subió un calor que te la regalo y se me puso la cara colorada, porque

yo soy así, te puedo pilotear toda la situación pero el cuerpo no me deja

mentir. Regina sonrió. Ahí no sé qué me pasó, yo que había ido toda co-

corita. Bueno, dije, me parece que ya es hora de que me vaya a casa. La

vieja giró la cabeza y me miró: Yo creo que no, dijo bajito. Ahí te juro que

me paralicé. No, qué de miedo, me paralicé, quería mover las piernas y no

podía, ni abrir la boca, ni nada. Regina se paró, agarró la silla de la vieja

y la puso a mi costado. Ya está, me dije, listo Lita, este es tu final y no

pudiste hacer nada, la vieja te va a morfar. Todo esto lo pensaba así, dura

como estaba. Dea no dejaba de mirarme a los ojos mientras empezaba a

levantar las manos, pero no llegó a agarrarme porque Regina, desde atrás,

le clavó el cuchillo en la cabeza. Ay, no grités, querés. Así, mientras la

vieja me miraba, Regina levantó las manos y el cuchillo se le metió a la

vieja en la cabeza como si fuera un pan de manteca. Claro, yo pensé lo

mismo, pero escuchame, porque ahí yo me pude mover pero estaba tan

shockeada que me quedé en la silla. La vieja tardó un poco en morirse, se

le movieron los bracitos y llegó a decir Regina muy despacito. No salió

sangre. No sé, capaz que el cerebro no tiene tanta sangre, Norma. Regina

sacó el cuchillo y la vieja dio un suspiro, parecía como que las arrugas se

le fueran haciendo más profundas, como si hubiera sido de papel y la es-

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