Page 122 - libro Antología cuentos 2020 La Balandra.indd
P. 122
no me creés, Norma. Sentía que no quedaba nadie que me pudiera ayudar.
Después de lo de Angustias la policía no nos daba ni la hora porque nunca
encontraban nada, los vecinos que quedaban no eran de los viejos viejos,
y todos amaban a Regina, como si la piba fuera la reina de algo.
¿Qué podía hacer una vieja sola, no? Pero me pareció que, si estaba
escrito que yo iba a seguir el mismo destino, no me iba a ir sin patalear,
ah no, querida, esta piba se las iba a tener que ver conmigo. A las cuatro
de la mañana me puse a cocinar. Puede ser, capaz que estoy loca como
vos decís, pero no resultó tan mal. Hice una torta con lo que tenía en casa,
simple, un bizcochuelo para el mate. Cuando terminé ya era la mañana y
yo estaba cansadísima. Dejé la torta enfriando y lo volví a llamar a Raúl;
cada tono me recordaba que no estaba equivocada. Me metí en la cama
y me desperté al mediodía, fresca como una lechuga, sorprendida de lo
tranquila que estaba. Comí algo, miré la tele y salí a hacer unos manda-
dos. Pasé por lo de Raúl y toqué el timbre, segura de que no iba a haber
respuesta. Volví y me quedé adentro esperando que se hicieran las cuatro
porque ya había decidido que esa era mi hora, la del mate, de la merienda.
Y crucé nomás, decidida. No sé si era de valiente, de inconsciente o de
renegada, me parecía que no había otra solución más que enfrentar el pro-
blema. Salí, segura, con mi torta en la mano y le toqué el timbre.
No te pongas así, me salió hacer una pausa porque lo que te voy a
contar ahora, ¿cómo explicarlo?, es fuerte. No me lo voy a olvidar por el
124