Page 121 - libro Antología cuentos 2020 La Balandra.indd
P. 121
que ni te explico porque la piba no era tonta, sabía, la piba sabía que yo
le vigilaba la casa. Al final mi trabajo de detective era malísimo. No me
dejé paralizar, no señora, apagué la luz y la tele y me senté a mirar igual.
La cosa rarísima fue que ahí, en la oscuridad, con la cabeza pegada a la
persiana, la volví a sentir, como antes, pero no vi a nadie. Se me pararon
los pelos de la nuca y de todo el cuerpo, te diría, y estuve a punto de pegar
un grito pero me la aguanté, porque yo sabía, te lo juro por lo que más
quiera, que me estaba mirando a los ojos y podía sentir el olor húmedo del
perro. Sí, entiendo que es difícil de creer. No sé cómo, si supiera cómo no
estaría acá, Norma. A las tres, clavado, las luces se prendieron en la casa
y esta vez su persiana estaba más arriba, como si dijera mirá, mirá lo que
estoy haciendo. Yo no distinguía nada, con los anteojos apenas si veo lo
que tengo enfrente, se notaban un par de sombras que daban vueltas, una
luz medio naranja y oía el canto, sí, que sonaba más fuerte pero no podía
entender qué decía. Yo dije: allá va Raúl, no sé cómo pero ya lo sabía y
me largué a llorar porque esto era imparable y porque Raúl era un amor de
persona, aunque a veces le diera por empinar el codo. Esa noche no dormí,
bajé las persianas y fui al comedor. Me preparé un mate y me quedé pen-
sando qué iba a hacer, porque algo tenía que hacer, no me podía quedar
de brazos cruzados, más que intuía que la próxima era yo, sino por qué
tanta alharaca en la ventana, ¿no? Yo te entiendo, podría haber llamado
a mi hija y hasta a mi nieta, pero sabía que no me iban a creer, como vos
123