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Los camilleros llegaron a la sala con el hombre gordo, lo dejaron

               en la cama sobre las sábanas sucias y se fueron. Uno de los internados se

               acercó; parecía más viejo que los demás y, como todos, vestía pijama gris;

               por el camino tuvo que apartar con los pies gasas ensangrentadas y restos

               de comida que eran el festín de las moscas.

                     —Miren lo que le hicieron al gordo —dijo.

                     —Tiene las cicatrices en la frente —dijo otro, que llegó caminando

               despacio porque arrastraba una pierna y usaba bastón.

                     —No te escucho —dijo el viejo—. Estás cansado de saber que me

               destrozaron el oído izquierdo y hasta me sacaron la oreja, hablame desde

               la derecha, la única manera es por la derecha.

                     El otro se corrió a la derecha del viejo y se puso a dar golpecitos con

               el bastón en el costado de la cama del gordo.

                     —Te digo que tiene las cicatrices en la frente, le hicieron una lobo-

               tomía.

                     —Ya sé que le hicieron una lobotomía, idiota —dijo el viejo sin

               oreja—. Soy sordo, no ciego, veo las cicatrices. Además aposté que toda-

               vía no le tocaba el turno y me hizo perder el pan de una semana. Lo que

               quiero decir es.

                     —Lo que querés decir es lo que decimos todos —lo interrumpió el

               más alto, que con una mano se rascaba el muñón que tenía en lugar de la

               otra—: miren cómo terminó el pobre gordo. Cómo querías que terminara;



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