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si usás pijama gris tenés que terminar así. Lo único que nos puede salvar

              es que ustedes se decidan a seguir mi plan, ya tengo todo pensado.

                    Al fondo de la sala, por un ventanal con los vidrios rotos, entraba la

              luz opaca del día nublado. De afuera y de lejos venía un sonido de música

              y risas.

                    —Eso no es una lobotomía —dijo uno que se acercó en silla de

              ruedas. Se le hacía difícil mover la silla con una sola mano; con la otra

              sostenía en alto una cruz hecha con dos maderas rotas de cajón de manza-

              nas, atadas con un retazo de toalla vieja.

                    —Y si no es una lobotomía, qué es —preguntó el del bastón, que

              seguía dando golpecitos a la cama.

                    —La marca del Señor —dijo el de la silla de ruedas—. El Señor lo

              perdonó al gordo, pero no quiere que se olvide de lo que hizo.

                    —No quiere que se olvide y le hicieron una lobotomía —dijo el alto

              del muñón—. Justo una lobotomía. Por qué no se van vos y el Señor a la

              puta que los parió.

                    —¡No blasfemes! —gritó el de la silla de ruedas, y lo apuntó con la

              cruz de madera.

                    —No te pongas a discutir con el loco —el viejo sin oreja se dirigió

              al alto del muñón—. ¿De qué plan hablaste antes? No sé qué locura se te

              ocurrió, pero te digo que de esto no nos salva nadie.

                    —Si seguís mi plan te salvás. La cuestión es muy sencilla, hay una



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