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—A lo mejor nos vuelven a dar los guardapolvos blancos —el del

               bastón ya no daba golpecitos en la cama: ahora golpeaba la pared—. A lo

               mejor todo vuelve a ser como antes.

                     —Estoy rodeado de locos —dijo el alto del muñón—. Nada va a

               ser como antes. Hay una sola manera de arreglarlo, el fuego termina con

               todo.

                     —Vos nos querés matar —el golpe en la pared fue tan fuerte que la

               madera del bastón crujió como si fuera a partirse.

                     —Vamos a joderlos. Vale la pena arriesgarse.

                     Un nuevo trueno hizo vibrar los vidrios rotos.

                     —Me parece que el profesor está despierto —dijo el viejo sin ore-

               ja—, seguro que es el próximo, no le deben haber dado la píldora.

                     —No pueden tocar al profesor —dijo el del bastón—, a él lo tienen

               que respetar.

                     —Quedate tranquilo, a tu ídolo no le va a pasar nada —dijo el alto

               del muñón—. Apuesto el pan de una semana.

                     —No —dijo el viejo sin oreja—, yo no apuesto nada. Ya tengo bas-

               tante con el pan que me hizo perder el gordo, nunca imaginé que le iba a

               tocar a él. Pero les digo que ahora le toca al profesor, seguro que anoche

               no le dieron la píldora a propósito para que se quede despierto y se cague

               de miedo.

                     —¡Con el pan del Señor no se juega, pecadores! —volvió a gritar



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