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a ser el castigo del Señor, y si tampoco se arrepienten va a destruir todo
con el fuego divino.
—Callate de una vez, infeliz —el alto se limpió con una toalla la
sangre del muñón.
El trueno que retumbó en ese momento pareció interminable, hasta
que terminó.
—Pero cuando nosotros usábamos los guardapolvos blancos este
lugar funcionaba mejor —dijo el del bastón—. Todo estaba limpio, daba
gusto trabajar acá, verlo operar al profesor. Pobre profesor, lo que le pasó
a él nos va a pasar a todos.
—Antes te ilusionaste con volver a usar los guardapolvos, ahora te
agarró el ataque de pesimismo —dijo el alto del muñón—. Dejá de pen-
sar, no es tu fuerte. Lo que podrías hacer es ayudarme con los cables de
la lámpara.
—Un manco y un rengo mueren electrocutados al tratar de provocar
un incendio —dijo el viejo sin oreja—; eso sí que está bueno.
Por los vidrios rotos del ventanal entraron las primeras gotas de
lluvia.
—Afuera están de festejo. —El del bastón dejó de dar golpecitos—.
La música que tocan es cada vez más alegre, parece que se divierten mu-
cho. Cantan y bailan, cómo le faltan el respeto al profesor. Ojalá la lluvia
se haga tormenta y les arruine la fiesta.
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